escritos

miércoles, 10 de octubre de 2007

Los marxismos


Rafael Paz Narváez y Maria Eugenia Sáenz, 1998

I. EL CAMPO MARXISTA DE PRAXIS Y DISCURSOS

Un campo social se puede definir como el espacio en que un fenómeno se hace concebible y observable. Para efectos de reflexionar sobre procesos sociales, intentando comprenderlos y explicarlos, podemos considerar un campo al espacio delimitado, en un extremo, por los discursos, y por el otro, por las praxis históricas. Es decir un campo social integra tanto los contextos de sentido que orientan las acciones de las personas tanto como aquellas prácticas recurrentes o innovadoras que, con mayor o menor coherencia, se asocian al discurso.

La peculiaridad básica del discurso, consiste en ser argumentativo, se concentra en los procesos de razonamiento más que en la experiencia inmediata, definiendo las orientaciones de acción, aún en circunstancias en las cuales, no se pueda tomar como criterio una verdad manifiesta y evidente. Aunque las bases de un discurso pueden ser empíricamente fundadas, en general, el discurso persuade más por la argumentación que desenvuelve, que por la comprobación de sus aserciones. Además, debe considerarse que, a la característica coherencia lógica del discurso, también se asocian constelaciones de emocionalidades.

Alexander (1989: 36) sostiene que "la capacidad de persuasión del discurso se basa en cualidades tales como su coherencia lógica, amplitud de visión, perspicacia interpretativa, relevancia valorativa, fuerza retórica, belleza y consistencia argumentativa".

En lo que se refiere al marxismo, así, en general, proponemos considerarlo como un proceso social que involucra: De una parte, una praxis de militancia política, en el sentido más inmediato y directo; Y por la otra parte, el marxismo también se reconoce como un discurso crítico, a veces, en particular, como un discurso que vehiculiza y promueve una reflexión crítica sobre la praxis. Dado que reúne esas características, el marxismo también puede considerarse como un campo social delimitado en praxis históricas y discursos temáticamente organizados.

Como campo social inscrito en la historia, el marxismo comienza su devenir desde 1843 y persiste hasta la actualidad, pero en el transcurso es posible distinguir al menos cuatro períodos[1]: (1) Desde el surgimiento del marxismo, en 1843, hasta lo que se reconoce como la primera victoria práctica, en 1917; Luego, (2) desde la revolución bolchevique hasta la victoria del partido comunista chino, en 1949; Para continuar, (3) desde la revolución comunista china, que fue simultánea a procesos de descolonización, hasta la caída del muro de Berlín en 1990, acontecimiento que marca el inicio de la desintegración del campo socialista; Debe considerarse, por lo tanto, (4) un período contemporáneo, abierto desde la desintegración del campo socialista hasta nuestros días.

En el transcurso de estos cuatro períodos, el campo de las praxis y discursos reconocidos como marxistas se delimitan entre dos oposiciones:

a) En lo que se refiere a la praxis de militancia política, las orientaciones incluyen una oposición entre la lucha revolucionaria por la reorganización total de los modos de producción y de las instituciones que facilitan su continua reproducción, frente a la lucha reformista por la modificación inmediata de las condiciones de trabajo y de vida de (inicialmente) la clase obrera (más tarde, esta condición se extiende a todos los trabajadores), modificación que no requería inmediatamente el desmantelamiento de los modos de producción capitalistas o precapitalistas.[2]

b) En cuanto a la elaboración de discursos, el marxismo se polariza entre una oposición que incorpora, en un extremo, al discurso como instrumento y vehículo de reflexión crítica sobre las praxis histórico-sociales, y en el otro, al discurso como referente de autoridad, que organiza y facilita la conducción intelectual y moral de los militantes hacia la consecución de los objetivos revolucionarios.

De esta manera, el campo social del marxismo se puede representar en la siguiente figura:

A continuación, y de una forma muy breve, se expone una reseña del devenir del campo marxista a través de los cuatro períodos referidos.

El primer período (1843-1917) es de conformación y despliegue inicial, el campo marxista aparece como una expresión politizada del movimiento obrero, de ahí se derivan sus necesidades y reivindicaciones reformistas. Además, también aparece como filosofía revolucionaria, trazando la meta histórica de llevar hasta las últimas consecuencias el proceso de transformación social que el ala jacobina y radical de la revolución francesa dejó pendiente, solamente que, en el proceso, la revolución se transforma, deja de ser una invención ilustrada, enfilada a la crítica de las instituciones feudales y pasa a ser la crítica de las instituciones económicas, políticas y sociales de la moderna sociedad capitalista.

En el primer período se distinguen dos momentos. El primero es de conformación inicial, cuando el marxismo nace y se desarrolla como organización de las clases obreras europeas, en la Liga de los Comunistas primero, y en la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT, reconocida como la I Internacional) después. Sin negar la necesidad de luchar por reformas, los planteamientos marxistas se oponen a limitar **** la praxis exclusiva o prioritariamente al reformismo. Este primer momento termina con dos hitos históricos: la derrota de la clase obrera revolucionaria en el intento de la Comuna de Paris (1871), y la propuesta programática contenida precisamente en la Crítica al Programa de Ghota (1873), ya no sólo existía una capacidad organizativa de convocatoria masiva y la voluntad de destruir la sociedad burguesa, existía además, el procedimiento inicial para hacerlo: La nacionalización de los medios de producción fundamentales y planificación de la economía.

El segundo momento es de despliegue sobre Europa y sus alrededores, hacia las zonas de influencia cultural más inmediatas: Europa Oriental, Estados Unidos y en parte, América Latina. "El Manifiesto Comunista fue traducido a la mayor parte de lenguas europeas" (Chatelet et al, 1975: 11), pero también, en menor medida, El Capital, obra de la cual, la primera traducción al español se realiza, antes que termine el siglo XIX, en Argentina. Con las ideas se extiende la organización militante, y con ambas el debate. De una parte, en 1889 se constituyó la II Internacional de Trabajadores, en un período particularmente pacífico,[3] lo que da pie a que se desarrolle y prosperen, especialmente en Francia y en Alemania, las tácticas reformistas en combinación con las políticas parlamentarias, aunque para los revolucionarios de las organizaciones marxistas de Europa oriental, ni las condiciones históricas, ni su propio estado de ánimo los mueve a apostar a la combinación de reformas y política parlamentaria. A partir de 1914, con el advenimiento de la primera guerra mundial, el debate se trasforma en ruptura, la cual, se perpetua con la victoria de la revolución en Rusia, en 1917.

En el transcurso del segundo período (1917-1949), la diferencia entre socialdemocracia y comunismo adquiere un nuevo sentido, especialmente a partir del surgimiento, en 1919 de la III Internacional, o Internacional Comunista por oposición a la II Internacional, o Internacional Socialdemócrata. Lo paradójico es que en la Europa de 1920 hasta 1929, una facción de la oposición que se autoreconocía marxista le apostaba al reformismo, en tanto que los marxistas organizados como partido de estado se autoreconocían como revolucionarios.

En el segundo período también se pueden distinguir dos momentos, en el primero, bajo la tutela y promoción del estado soviético, la organización comunista militante y el discurso revolucionario se extienden por el mundo, especialmente hasta la década de los años treinta. El segundo momento, después de los años treinta hasta 1949, está marcado por la lucha contra el ascenso del fascismo y por la segunda guerra mundial. El segundo período también parece haber concluido en acontecimientos victoriosos: En Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria, Rumanía, Albania y Yugoslavia la guerra culminó con la organización de estados socialistas, inclusive en una parte de Alemania. Además, en 1949 los comunistas chinos también culminan una larga marcha hacia la victoria de la revolución.

El tercer período (1949-1990) aparece con las oposiciones más extremas en el campo del marxismo: En los escenarios originales de Europa, de una parte, el reformismo ofrece resultados inobjetables en lo que se refiere a mejoras sustanciales en las condiciones de vida de la clase obrera, a tal punto que la revolución, percibida únicamente como medio para alcanzar tal fin, se torna innecesaria.

Por otra parte, en los estados marxistas, el discurso parece enfatizar especialmente aquellos aspectos que facilitan la conducción intelectual y moral, en tanto que se atenúa la reflexión encaminada a la crítica de la praxis, especialmente, de la propia praxis. Con la excepción de la ahora desaparecida Yugoslavia y de Albania, los estados comunistas se extendieron sobre Europa, al finalizar la segunda guerra mundial, a partir de la punta de bayonetas soviéticas.

De esta manera, el programa mínimo de 1848 da como efecto, al menos algunos de los resultados del programa máximo de 1873, en tanto que la realización del programa máximo de 1873, apenas puede cumplir de manera consistente las metas del programa mínimo de 1848, pero a condición de utilizar el discurso marxista más como ideología de estado que como crítica de toda praxis.

En consecuencia, durante este segundo período, el sentido original de las vivencias marxistas parecen desplazarse hacia las luchas revolucionarias de los marxistas en los países del así llamado Tercer Mundo. El marxismo chino, y el coreano, derivaron rápidamente hacia la estatalización, en tanto que en las revoluciones cubana, vietnamita y finalmente en la nicaragüense, no existen las condiciones económico-sociales para aplicar consistentemente el programa de 1873, en aquel momento casi el único en liza. Otros intentos, como las experiencias kampucheanas o sendero luminoso, según parece, practican el militantismo poco reflexivo y un discurso que respalda la obediencia a la autoridad, con resultados nada recomendables.

En estas condiciones, el tercer período culmina con el desmantelamiento de la mayoría de estados comunistas, es decir, con la restauración del capitalismo en la mayoría del antiguo campo socialista. Aún sobrevive el marxismo como partido de estado, en China, si bien con reformas que fortalecen cada vez más la tendencia hacia un capitalismo de estado, con el subsiguiente riesgo de facilitar inadvertida o conscientemente la restauración del capitalismo de empresa privada. Sobrevive también en Vietnam, Corea del Norte y Cuba, pero con limitaciones.

Es preciso considerar un cuarto período (a partir de 1990) en el devenir del campo discursivo y práctico del marxismo. Las derrotas estratégicas de los marxistas han reducido el inventario disponible. La mayoría de organizaciones comunistas se han disuelto, las sobrevivientes carecen de un programa revolucionario convincente. El campo marxista, en praxis y en discurso, se ha debilitado.

Únicamente queda en pie el potencial de la tradición marxista como reflexión que critica la praxis.

Desde ese punto se puede reconfigurar todo el campo.

II. LAS OBJECIONES DE LEFEBVRE

En primera instancia es posible reconocer que las objeciones de Lefebvre al marxismo son válidas, siempre y cuando se considere que el marxismo se reduce a cierto marxismo soviético.

Lefebvre, en pleno tercer período, objeta a los funcionarios del partido el recurso al discurso marxista como instrumento de conducción intelectual y moral desde el estado soviético, y la intención de sus objeciones se orientan a rescatar la dimensión del marxismo como discurso que critica la praxis, toda la praxis, inclusive la praxis de los marxistas.

El problema central de Lefebvre no radica en una incompatibilidad entre el campo marxista y la sociología como quehacer. En general se reconoce que "las obras de Marx contienen una sociología", si bien, debe acotarse, las obras de Marx no pueden reducirse a ser consideradas esa sociología.

Para 1975 estaba claro que el campo del marxismo se había diversificado, de tal manera que, ni todos los marxismos eran revolucionarios, ni todas las sociologías eran proburguesas. Sobre aquel blanco apuntaba Lefebvre, desde 1967, criticando al discurso marxista que se prioriza como una ideología que facilita la conducción de la militancia y la población, en tanto que reivindicaba la sociología como reflexión que hace posible la crítica de la praxis.

Por lo demás, sus notas respecto a como instrumentalizar la razón en el quehacer sociológico, mediante las nociones de totalidad y objetos virtuales, sugieren el propósito de replantear la tradición crítico reflexiva marxista desde la propuesta planteada en El método de la economía política.

III. EL MARXISMO EN LOS TIEMPOS DE LA GLOBALIZACIÓN

En el caso de Karl Marx como autor que funda una tradición, cualquiera que se aproxime a él, aborda una obra de enormes dimensiones, y, sobre todo, de enorme impacto en la historia.

Estamos convencidos que cualquier esfuerzo por reseñar su obra puede dejar al margen aspectos que, desde una u otra perspectiva resultan de indudable interés. No obstante, intentamos abarcar su producción aludiendo a la forma en que los debates entre los estudiosos de Marx han diferenciado tres períodos en su producción teórica, y esto, más por desacuerdos recíprocos que por consensos logrados.

Aludimos aquí a la producción teórica y metodológica de Marx mencionando los reconocidos períodos del «Marx joven», el «Marx maduro» y, desde finales de los años ochenta, el «Marx tardío».

Además, abordamos algunos de los textos que han llegado a reconocerse como «fundacionales» para las más extendidas interpretaciones de su obra.

Se trata de cuatro textos que se han constituído en la pieza de referencia para tendencias de marxistas que comparten, más que cualquier otra cosa, una forma particular de entender el marxismo. Nos referimos a «Las tesis sobre Feuerbach»; un fragmento de los Grundrisse conocido como «El método de la economía política»; el «Prólogo a la Contribución de la Crítica de la Economía Política»; y, finalmente, el «Prefacio a El Capital».

Esta manera de abordar la obra de Marx, para mostrarla en un panorama de conjunto, no es una ocurrencia antojadiza. De hecho, los debates acerca del sentido de su obra se han circunscrito, de diversas maneras, entre los puntos que vamos a señalar.

Aparte de las efectivas diferencias en el ciclo vital de toda persona que despliegue su destino en el mundo cultural del occidente europeo, reconocemos que los períodos de Marx, como autor, coinciden, por una parte, con ciertos énfasis temáticos. De otra parte, sin embargo, planteamos que el sentido principalmente involucrado en la delimitación de etapas o períodos en la obra producida por Marx viene dado por los énfasis interpretativos que los marxistas posteriores atribuyen a la obra del fundador de la tradición.

Debe reconocerse como válidas las interpretaciones sobre el «Marx joven» que utilizó como clave para sus reflexiones teóricas y filosóficas las nociones de «enajenación» o «alienación», de tal manera que el matíz humanista y emancipador se destaca más en las producciones que van desde 1842 hasta 1857, año este último en el cual su interés por estudiar "la ley que rige el movimiento de la moderna sociedad", lo lleva a plantear su reflexión teórica como un esfuerzo para desentrañar los secretos de la modalidad capitalista de «explotación», acentuando, sin lugar a dudas, la investigación científica de los procesos económico-sociales.

Estos diferentes énfasis interpretativos llevaron a que, durante algún tiempo, algunos marxistas debatieran entre sí, según concedieran mayor importancia a las reflexiones humanistas, ó, a las reflexiones económicas, contraponiendo así al «Marx maduro» ─el Marx de El Capital─, contra el «Marx joven» ─el Marx de La Ideología Alemana─.[4]

El «Marx maduro» realiza su obra entre 1857, cuando comienza con los borradores reconocidos ahora como Grundrisse o Fundamentos para la Crítica de la Economía Política, y llega hasta 1872, cuando su reflexión política económica culmina con La Crítica del Programa de Gotha, texto en el cual traza un plan general para construir el socialismo desde el estado (de hecho, uno de los más acentuados momentos no-anarquistas de Marx), mediante la nacionalización, o precisamente, estatalización de todos los medios fundamentales de producción. En realidad, el plan estaba concebido particularmente hacia los países europeos con una industria nacional desarrollada. Por supuesto, hay que advertir que en 1872 debe entenderse como industria desarrollada una condición diferente a la contemporánea.

Durante muchos años, el estudio público o, podemos decir, también, masivo, de la obra de Marx se circunscribió a la producción que realizó durante su juventud y madurez.

Desde 1872, fecha en que escribió La Crítica al Programa de Gotha, hasta 1883, año en que murió, Marx siguió produciendo. No obstante, la obra de este tercer período, el «Marx tardío», es virtualmente desconocida, especialmente porque las mayores casas editoriales dedicadas a la publicación de sus obras ignoraron, por simples limitaciones ideológicas o por deliberada conveniencia política, los escritos posteriores. Para muestra, un botón: si se consultan los diccionarios marxistas (anteriores a 1995), en la reseña biográfica y bibliográfica referida a Marx, lo más frecuente es que culmine mencionando como última producción significativa, precisamente, La Crítica al Programa de Gotha.

Tampoco parece casual que, uno de los mayores esfuerzos históricos de construcción del socialismo en el siglo XX, tomara como referencia básica el plan general trazado en aquel texto, aún cuando se forzó su aplicación práctica sobre una porción de la humanidad que vivía condiciones y relaciones sociales diferentes a las originalmente previstas en el plan esbozado en La Crítica al Programa de Gotha.

¿Cuál es el contenido particular de la producción del «Marx tardío»? ¿A propósito de qué se generó?

Suele afirmarse, que Marx dejó de preparar la publicación del segundo y tercer tomo del El Capital, después de recibir una carta enviada por representantes populistas[5] -anarquistas- rusos, carta en la cual consultaron su opinión respecto al problema de si podía avanzarse al socialismo a partir de la comuna agraria rusa. Se supone que en el abordaje de una respuesta a esa cuestión, Marx se interesó muy vivamente por las condiciones sociales y revolucionarias en Rusia, al punto que perfeccionó sus conocimientos de ruso, comenzó a darle un continuo seguimiento a los acontecimientos en aquel país, y hasta empezó a desplazar el estilo eurocéntrico que, hasta entonces, había predominado en sus textos y pensamiento.

El «Marx tardío», por lo tanto, se interesa con mayor detenimiento en los procesos sociales en los cuales existen representantes políticos portadores de idearios socialistas, pero simultáneamente, no están presentes los sujetos materialmente practicantes de las relaciones sociales de producción que él, hasta entonces, había previsto como los portadores de nuevas relaciones sociales de producción.

Por supuesto, en su mayor medida, la obra de este «Marx tardío» aún está por ser divulgada y estudiada. La tarea se ha tornado más difícil en la medida que, después de la caída del muro en Berlín, el esfuerzo editorial de su obra parece estar disminuyendo.

En lo que atañe a nuestra propia percepción de la obra de Marx, consideramos que, si bien, abordar su obra desde una periodización que alude a su producción joven, madura y tardía puede resultar provechoso, pero debe evadirse el riesgo de tomar alguna de esas dimensiones como la "más auténtica", pues, un sesgo de tal tipo puede empobrecer el estudio de su obra. Reconocemos que, a lo largo de la larga vida de Marx su producción teórica ora hizo énfasis en un aspecto, ora se interesó más en otro, lo cual, en definitiva, no impide una comprensión de conjunto de su obra.

Precisamente para aproximarnos al contenido de su obra examinamos de una manera muy general aspectos medulares planteados en los textos fundacionales.[6]

A continuación, consideramos la obra de Marx y los estilos de interpretación que posteriormente generó, tomando en cuenta los estudios críticos que en su momento plantearon, por una parte François Chatelet, y Alvin Gouldner.

Originalmente Chatelet, enunció como fundacionales dos lecturas de la obra de Marx: «El Prólogo a la Contribución a la crítica de la Economía Política», de 1859, y el fragmento de los Grundrisse bautizado como «El método de la economía política», de 1857.

Hasta 1975, según Chatelet y sus colaboradores, se perfilaban dos posibilidades de entender el materialismo histórico, la primera se fundamentaba en la lectura del «Prólogo a la Contribución de la Crítica de la Economía Política» tomándola como una "filosofía de la historia materialista, cuya causa última es la realidad económica, la infraestructura, que produce las superestructuras políticas, jurídicas y económicas."La otra lectura, introduce una perspectiva diferente del materialismo histórico en la cual Marx "concede la primacía no a la filosofía de la historia, sino a la necesidad de construir unos conceptos que permitan criticar la idea misma de historia." (Chatelet, 1975: 37-38)

Las dos formas de entender el materialismo histórico, al menos hasta 1975, se refieren, por un lado a quiénes lo entendían como una doctrina filosófico-científica de la historia, y, en el otro extremo, a quiénes, especialmente después de Karel Kosick, comenzaron a entender el materialismo histórico como método crítico de la historia.

En cambio, Gouldner encuentra, después de un extenso y acucioso estudio, que se distinguen dos marxismos, que desarrollan, cada cual a su manera, al menos dos tendencias presentes en la obra de Marx: uno de estos marxismos se perfila como científico positivo, es decir un marxismo que enfatiza sobre todo en el marxismo como ciencia. El otro marxismo es político y revolucionario.

Por supuesto, Gouldner plantea que tales formas de entender el materialismo histórico se influyen mutuamente, y que lo más frecuente es que la mayoría de los representantes del marxismo incorporen elementos de ambos, lo cual, sin embargo, no le impide enunciar las dos tendencias.

De forma modesta proponemos[7] un estudio que amplíe los textos que pueden considerarse fundacionales, incluyendo Las tesis sobre Feuerbach, y, a manera de contrapeso, los prefacios a El Capital, en el entendido que, a partir de la lectura de Las tesis, se incorpora una forma de entender el materialismo histórico, que niega a las otras sólo en el sentido que permite comprenderlas en un nuevo conjunto. Para evitar el voluntarismo histórico, convenimos en incluir las reflexiones de los prefacios a El Capital.

No tenemos afán de promover una u otra interpretación del marxismo como la más "auténtica". Por el contrario consideramos que cada generación se apropia de los legados intelectuales, incluyendo el de Marx, según su propia conveniencia, condiciones y creatividad. La próxima generación de marxistas, aún cuando lo sean con la misma naturalidad que se es pausteriano en biología, escogerá su propia interpretación.

BIBLIOGRAFIA

Chatelet, François, E. Pisier Kouchnerr y J.M. Vincent

1975 Los Marxistas y la política. Madrid, Taurus (1ª ed. en español 1977) 3 volúmenes.

Lefebvre, Henry

1967 «Sobre la sociología» en Obras, Lito editor, Buenos Aires, 1967. pp 133-171.

Viatkin, Arcadio

1982 Movimiento obrero comunista y de liberación nacional, 2 tomos, Ciencias Sociales, La Habana, 1982.


[1] Esta periodización fue propuesta en 1975 por Chatelet, Pisier-Kouchner y Vincent en Los marxistas y la política, la retomamos introduciendo algunas modificaciones, en especial, el período contemporáneo.

[2] Al respecto, en «Marxismo y reformismo», Lenin explica que "los marxistas, a diferencia de los anarquistas, admiten la lucha por las reformas, es decir, por medidas que mejoren la situación de los trabajadores sin destruir el poder da la clase dominante" (Lenin, 1913: 123-124. En selección de Châtelet, et al, 1975: 167) Por supuesto, esta lucha reformista es siempre comprendida por Marx, Engels y Lenin como una lucha políticamente subordinada a la lucha revolucionaria.

[3] "Después de la Comuna de París, Europa occidental y Estados Unidos no sufrieron guerras ni conocieron revoluciones durante más de tres décadas (hasta la revolución de 1905 en Rusia)" (Viatkim, 1982: 133).

[4] La opinión de Althusser respecto a las obras del joven Marx se comprende en el siguiente pasaje: "Seguramente no se debe al azar el que hayamos podido reducir toda la pretensión ideológica que impera en los Manuscritos del 44 ─y que ronda disimuladamente en las tentaciones de recaída historicista de El Capital─ ..." (Althusser, 1968: 21). En contraposición, Antonio González afirma que ""Los Manuscritos de 1844 constituyen, sin lugar a dudas, una de las obras más destacadas de la producción filosófica marxiana y la importancia de su comprensión correcta parece hoy día incuestionable, tanto para quiénes sostienen que en ellos se expresa el "verdadero Marx" como para quiénes tienden a rechazar globalmente los escritos "de juventud" como productos inmaduros de de un joven idealista aún empapado, a sus 26 años, de la filosofía de Feuerbach, ...,Los Manuscritos de Paris son, indudablemente, una "obra de juventud," y como tales han de ser leídos e interpretados..., [no obstante] desde el punto de vista económico-científico y especialmente desde el filosófico, , no cabe hablar propiamente de un primer y un segundo Marx, de un "Marx joven" contrapuesto as un "Marx maduro,"sino más bien de la unidad de una obra que se va desplegando en distintos momentos"" (González, 1987: 7-9).

[5] El sentido del término «populista» en la Rusia de finales del siglo XIX es notablemente diferente a la más frecuente semántica de ese mismo vocablo en América Latina, región en la cual se refiere a quiénes, con la finalidad de granjearse simpatía y votos, complacen las veleidades de los masivos sectores populares, aún cargando los costos al equilibrio de las economías nacionales, y sin posibilidad de satisfacer las nececidades populares más básicas y sutiles de manera sostenida. En la Rusia finisecular, en cambio, se refería a revolucionarios agrarios con un ideario político en ocasiones democrático, pero la más de las veces francamente anarquista.

[6] El término «Textos fundacionales» es empleado por Michel Chatelet, en los marxistas y la política, a grandes rasgos, coincide con Alvin Gouldner, en su conclusión respecto a Los dos marxismos.

[7] Y en esto hemos venido a darnos cuenta que, otras personas, en otras latitudes, también trabajan en una dirección similar.






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