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martes, 13 de noviembre de 2007

La Universidad como trámite

Por Rafael Paz Narváez

Nunca antes en la historia humana, las personas ricas habían llegado a ser tan ricas como ahora. Nunca antes, en la historia humana, existieron sobre La Tierra tantas mujeres y hombres viviendo en la pobreza. En el futuro próximo, de seguir la historia como va, la riqueza de unas pocas personas crecerá, en tanto que, cada vez más, muchas más personas nacerán en la pobreza.
¿Porqué?
¿Para qué?

¿Tiene El Salvador un destino en medio de ese futuro?

¿Qué puede acontecer a cualquiera de nosotros que nacemos desde las familias comunes de este pueblo?

La Universidad de El Salvador fue fundada en 1841 como una universidad del estado laico y liberal y, precisamente, para ese mismo estado. Por eso desde el comienzo fue una institución diferente a las universidades de Guatemala y de Nicaragua que "eran reales y pontificias por haber sido fundadas por el régimen colonial".
La Universidad de El Salvador nació como parte integrante y fundamental en la construcción política y social de un estado moderno, es decir, como un componente en el proyecto de modernidad. De sus aulas egresaron los cuadros que requerían el estado y la economía del país, abocados a un proceso global de reorganización. La Universidad de El Salvador nació cuando ya era evidente el fracaso de la unión de la humanidad centroamericana bajo la conducción de un solo estado, y por eso, limitó sus horizontes a fortalecer un proyecto de nación para este territorio.
El escritor Sergio Ramírez, quien hace casi una década ya, fue vicepresidente de Nicaragua durante la revolución popular sandinista, escribió en su Balcanes y Volcanes, que en la Centroamérica de fines del siglo XIX y comienzos del XX, tener o hacerse de un título universitario era lo mismo que sacarse un premio de la lotería. Los pocos graduados que egresaban de las universidades eran fácilmente captados por los diferentes proyectos de modernización nacional de nuestra fragmentada región.
Ser llamado y reconocido como doctor, en derecho o en medicina, y ser una persona rica o enriquecida era, prácticamente, lo mismo. Sin embargo, a pesar del tiempo y de los cambios sociales transcurridos desde entonces hasta nuestros días, el mito, de cierta forma persiste.
En nuestros días, todo parece indicar que una de las estrategias de movilidad social a la que recurre, con bastante frecuencia, la inventiva popular de los salvadoreños y las salvadoreñas es ingresar a la universidad, de preferencia a las carreras de derecho o administración de empresas. La otra estrategia se orienta hacia el norte.
Por supuesto, a estas alturas y desventuras de la historia, es más que evidente la devaluación social de los grados académicos. Al contrario de lo que ocurría en un pasado no tan lejano, hace dos y tres décadas, ningún bolito consigue un peso halagando a cualquier transeúnte medianamente vestido y calzado con el título de bachiller. En la actualidad, quienes hacen su vida consuetudinaria en esa rama salvaje del existencialismo deben valerse de un licenciado, cuando no de un doctor, para hacerse de uno que otro peso.
La empresa privada y el estado como empleador también parecen estar ajenos a este juego: un bachiller con suerte apenas puede aspirar a ganar poco más o menos el salario mínimo, en tanto que un licenciado común y recién egresado, igualmente afortunado, apenas ganará, poco más o menos, el equivalente a una canasta básica. Debido a ello, las maestrías seguirán en ascenso.
Pese a este indudable desencanto, en la actualidad todavía existe una cierta confusión, y se llega a creer que las acumulaciones en dinero y prestigio de algunos pocos que llegaron a titularse, son condiciones generales para todos y todas, de manera que también se asocia cierta aureola de prestigio a toda persona titulada. En esto no aventajamos en casi nada al lejano pasado, en el que muchas personas confundían el prestigio de algunas acaudaladas personalidades y personajes de la nobleza con sus títulos: Conde, vizconde, barón, marqués.
En el sustrato mítico, se suponía que se llegaba a ser noble por destacados actos de valentía a favor del reino y la nación, y por ello se les reconocía el mérito con un título nobiliario y alguno que otro latifundio y vasallos. En la realidad, los nobles también tenían tripas y morían como cualquiera.
A pesar de todo, también contamos con otras raíces: como ámbito de modernidad, las universidades de Centroamérica, también permitieron surgir la crítica y la rebeldía desde sus campus. Farabundo Martí, estudiante de la Facultad de Derecho de esta universidad, podría ser el ejemplo más a mano, aunque, en las actuales circunstancias, no necesariamente el más esclarecedor. El hecho es que los proyectos alternativos de nación,
que pugnaron por establecerse en la historia del siglo XX, deben, al menos en parte, mucha sangre y sonrisas a los universitarios. Pero esas esperanzas ya no caminan con el mismo calzado y su credibilidad es moneda poco apetecida.
Durante muchas décadas, hasta 1965, la Universidad de El Salvador fue la única en El Salvador. En 1957, el alumnado universitario en total ascendía a 1,648 personas, en tanto que, para ese mismo año, sólo se graduaron 508 personas como bachilleres académicos. En aquellas circunstancias, prácticamente no existía el docente universitario de tiempo completo y la investigación que se realizaba en la universidad era mínima.
Pero algo ocurrió en algún momento. "Dicho estadísticamente, entre 1957 y 1962, el numero de bachilleres aumentó de 508 a 1,126. A su vez, el número total de alumnos matriculados en la Universidad de El Salvador aumentó de 1,698 en 1957 a 2,963 en 1962" (González-Pose y Samayoa), con todo, la Universidad de El Salvador apenas absorbía alrededor del 30 por ciento de las personas que egresaban de la secundaria, ya aptas para el ingreso a la vida universitaria.
La Universidad Centroamericana José Simeón Cañas fue fundada en 1965, y hasta 1977 "se mantuvo como la única universidad privada en el país... [que] a fines de 1976... tenía 3,202 alumnos" (González-Pose y Samayoa), es decir el 12 por ciento de los estudiantes universitarios en el país.
Gracias a la ley de la oferta y la demanda (y a otra ley aprobada por la Asamblea Legislativa en 1965), se hizo posible que, entre 1977 y 1980 se fundaron otras cuatro universidades privadas. Poco después, "Entre 1981 y 1982 se fundaron otras diecinueve universidades privadas. Entre 1983 y 1991 surgieron otras once universidades. A fines de 1993 había 36 universidades privadas", con la peculiaridad que las universidades privadas absorbieron el mayor porcentaje de los alumnos y alumnas inscritos en la educación superior, hasta que, "en 1991 cubrían el 68 por ciento de la matrícula total del país" (González-Pose y Samayoa). Para el año 1991, la cantidad de personas que realizaban estudios universitarios alcanzó la cifra de 81,773.
¿Que esperan esas personas de la universidad? ¿Un medio de vida? ¿Un medio de enriquecimiento? ¿La facilidad de entrenarse para encontrar un trabajo más o menos pasable?
Entre tanto, las universidades en El Salvador, incluyendo nuestra Universidad de El Salvador, mantienen las prácticas académicas tradicionales, llegando a la ocasión con tal mal resultado que el procedimiento se vuelve lo esencial: Para pasar la asignatura se requiere de un cierto puntaje en la nota académica, y para graduarse se deben acumular todas las asignaturas como aprobadas. La nota académica para cada asignatura, en cada semestre académico, crea la ilusión de que el título es la sumatoria e integración del conjunto global de notas. La historia académica se reduce a un puro recuento, a una cuenta y la universidad, a un trámite más o menos fácil: una carrera contra obstáculos que se pueden vencer en virtud de la oferta y la demanda, incluyendo, además de auténtico talento y esfuerzo en el estudio, algunas dosis de sexo y dinero. Y aunque la fórmula no sea general, ¿Adonde está la oportunidad para quiénes buscan algo diferente?
Para todas las personas al final de la carrera universitaria se encuentra un título. Con ese título se puede ganar prestigio y, en ocasiones, algunas personas consideran que el prestigio es inherente al título en sí, por ello no se interesan demasiado por el cómo se llega a obtener el título. Sin embargo, al final, las bondades y maldades de este comercio no pasan de ser un asunto baladí. El verdadero problema está detrás de toda esa feria.
En la actualidad, la Universidad de El Salvador ya no es una entidad estratégica para consolidar un proyecto político social de modernidad, sea que dicho proyecto se conciba desde la arena derecha o desde la arena izquierda de la ilustración.
Ninguna prisa aflige a esta institución, abandonada a su suerte y a sus recursos.
Pero, ¿Esa circunstancia es suficiente para justificar que la universidad carezca y no trace su propio proyecto de cara a este país, a este pueblo y al mundo?
Posiblemente sea cierto que no podemos elegir el mundo que se nos viene encima, pero al menos debemos intentar escoger como lo viviremos.
Sin pretender ser moralista o profeta, vale decir que desde la universidad pueden intentarse otras realidades.
Vale decir que podemos renegar del futuro que se avecina y nos amenaza, que podemos apertrecharnos en el conocimiento y la investigación, nuestra investigación, con nuestros medios, con nuestros recursos con nuestras ideas, con nuestras ambiciones, con nuestras esperanzas,... para buscar y encontrar soluciones dignas a nuestros problemas, y espacios para estar y hacer dejando a un lado la contemporánea manía de ponerle precio a todo.
No debemos perder el tiempo, es decir, no debemos desperdiciarlo miserablemente. No se trata de dejar nuestro quehacer como universitarios. Por el momento, la universidad parece ser uno de los pocos espacios que van quedando para pensar y reconocer el mundo con mayor detenimiento.
Mientras tanto, quizás valga pena reconsiderar para qué ingresamos a la universidad y como podemos vivirla de mejor manera.
Al salir de ella, quizás deberíamos estar en capacidad de ofrecer algo diferente de lo que nos pidan.
Algo mejor.

Referencia
Paulina González-Pose y Joaquín Samayoa
1995 Educación superior universitaria, capítulo siete de La educación en El Salvador de cara al siglo XXI. Desafíos y oportunidades Instituto para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, Fundación Empresarial para el Desarrollo Educativo (FEPADE) y la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas". UCA editores

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