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jueves, 15 de marzo de 2012

La construcción social del desarrollo como resultado del etnocentrismo universalista de la expansión europea

Rafael Paz Narváez

Como se supone, lo que sabemos acerca del mundo y las cosas no necesariamente coincide con lo que tal mundo y tales cosas son. No obstante, a partir de la crítica de las prácticas históricas, es posible hacernos una idea sobre la calidad de los saberes. En las próximas páginas se hace referencia al término desarrollo y a algunos usos de los cuales ha sido objeto, con el propósito de definir una perspectiva de abordaje para el estudio del devenir social en la Centroamérica del siglo XXI.

En la actualidad, en las diversas dimensiones del análisis social se recurre al término desarrollo para denotar tanto procesos sociales que se plantean como ya ocurridos, como para procesos sociales que deben ocurrir. Desarrollo se utiliza tanto para explicar el curso de los procesos sociales como para denotar una meta hacia la cual dirigirse. Interesa partir del análisis de dos tesis opuestas:

La primera, considera que el discurso sobre el desarrollo está asociado a una praxis hegemónica históricamente dada, y de hecho, acentúa el análisis, la comprensión y la explicación de los procesos sociales presentándolos como divorcio entre discurso y praxis social, enfatizando su asimetría.

La segunda tesis supone que el desarrollo es una meta estratégica viable para la praxis social, y hace énfasis en la coherencia o simetría entre discurso y praxis social, entre imaginarios colectivos y realizaciones concretas.

Eventualmente se advierte una tercera posición, la que elabora un discurso sobre el desarrollo como práctica de conocimiento y sus derivaciones en el quehacer histórico social, y que por lo tanto, se propone tomar como asunto en consideración a las dos nociones contrapuestas, e inclusive, a la misma contraposición entre ellas.

La peculiaridad del discurso, consiste en ser argumentativo, en concentrarse en los procesos de razonamiento más que en la experiencia inmediata, y define las orientaciones de acción cuando no se puede tomar como evidente una verdad manifiesta. El discurso persuade por la argumentación que desenvuelve más que por la comprobación de sus aserciones. Alexander (1989: 36) sostiene que "la capacidad de persuasión del discurso se basa en cualidades tales como su coherencia lógica, amplitud de visión, perspicacia interpretativa, relevancia valorativa, fuerza retórica, belleza y consistencia argumentativa". En el caso que nos compete, las tres modalidades de discursos sobre el desarrollo se pueden considerar asociadas a actores sociales con intereses y orientaciones específicas:

La posición que enfatiza la coherencia o simetría entre lo dicho y pensado respecto a lo que se hace o resulta como consecuencia de lo hecho, es usualmente afín a los funcionarios de las entidades responsables de promover el desarrollo. A partir de esta posición, el concepto desarrollo ha venido precisando y delimitando aspectos puntuales a lo largo de las últimas décadas del siglo XX y en las primeras del XXI. En la fundamentación empírica de este discurso se alega y coleccionan los resultados que pueden presentarse como éxitos de las políticas de desarrollo.

La posición que critica al discurso sobre el desarrollo como mera ideología, y por lo tanto, factor de alienación y fetichización, es propia de los grupos y actores contra-hegemónicos, como militantes de movimientos sociales, y se sustenta empíricamente en las bases de datos sobre la precariedad de las condiciones de vida y trabajo de la mayoría de la humanidad, pese a que ya se han aplicado durante varias décadas políticas de desarrollo.

La tercera posición corresponde también a un sector de actores específicos, para quiénes el intento de aplicar discursos y políticas de desarrollo, y esperar que a partir de ellas se alcancen resultados, debe examinarse con atención, incluyendo sus fracasos, pero también sus posibles logros. Si bien para estos actores, tampoco escapa la circunstancia de que el diseño y aplicación de discursos y programas de desarrollo se asocia con prácticas de dominación, opresión y explotación, de manera que a la par de las buenas intenciones prevalecen funestos resultados.

El desarrollo como discursos y como prácticas realizadas no puede valorarse en sí simplemente como bueno o malo. Es un hecho que de las prácticas organizadas a partir de los discursos y programas de desarrollo se producen resultados desiguales, en los cuales un sector de la sociedad puede verse mucho más favorecido que otros, e inclusive ocurre que sectores sociales son perjudicados por las políticas de desarrollo.

Los procesos históricos y sociales no devienen fundamentalmente a causa del pensar y sentir de los seres humanos. Por el contrario, una premisa básica sobre la cual se constituye el presente ensayo, supone que la práctica materialmente realizada es una condición central en los procesos sociales. Sin embargo está práctica realizada está indisolublemente asociada a formas de pensar y sentir que permiten un sentido a quienes las concretan. Los seres humanos usualmente no sólo requieren realizar una práctica material que asegure su existencia material, también necesitan que esa misma práctica tenga un sentido que haga posible motivarla y organizarla. A continuación se examinan aspectos del proceso de construcción social del desarrollo como producción de un sentido que organiza las prácticas históricas.

En el principio se estableció la diferencia. El discurso convencional sobre el desarrollo supone, tal como dicho discurso se plantea hasta la actualidad, una condición de no-desarrollo. Es decir, supone que sólo se puede hacer sujeto de desarrollo a quien, de previo, se supone como no-desarrollado. Por esta razón, se precisa rastrear los momentos en los cuales se establece la diferencia entre desarrollado y no-desarrollado como una diferencia socialmente significativa.

El primer momento en la constitución social de esta diferencia, se encuentra la indagación de los europeos del siglo XVI acerca de la naturaleza de los aborígenes americanos, llamados indios a causa de una confusión geográfica, dudando acerca de sí tenían o no alma. Se menciona que "escritores como Gonzalo Fernández de Oviedo (1526), el padre Acosta (1590), Herrera (1601) o el padre Cobo (1653), desarrollaron concepciones sobre el carácter diferente entre americanos y europeos, pero ninguno de ellos desarrolló una teoría general sobre la inferioridad o degeneración de los americanos" (Kuhnekath, 1995).

En el segundo momento, europeos de los siglos XVIII y XIX, reflexionaron sobre el carácter de las poblaciones americanas, preguntándose sobre si realmente vivían en sociedades y eran capaces de hacerse una historia. De esta manera se tendió a "construir tal hipótesis general sobre la inferioridad de los latinoamericanos... fueron Buffon y el Abate De Pauw (1768), [quienes] desarrollaron la teoría de la inferioridad biológica de los habitantes del Nuevo Mundo, la cual extienden hacia todas las etnias, incluyendo indios y criollos" (Kuhnekath, 1995).

De la diferencia del otro, se pasa a una diferencia que se propone como inferioridad-superioridad, o inferioridad del otro. La participación de las más altas eminencias europeas en el debate lo culminan definitivamente en perjuicio de los latinoamericanos. Tanto Kant como Hegel coinciden en la percepción de los americanos como inferiores. Se advierte que "estas ideas no eran originales en Hegel, pero a partir de él se insertan en una nueva conceptualización del mundo y de la historia, que rompe radicalmente con el relativismo histórico cultivado desde el siglo XVI por Francisco de Vittoria hasta Montaigne y por fin Montesquieu, ... Hegel rompe y margina este estilo" (Kuhnekath, 1995).

Un tercer momento lo constituye la extensión y generalización de tales tesis, llegando a constituirse en sentido común. "Por lo menos esta tesis es empleada por uno de los hegelianos más críticos del hegelianismo: Karl Marx...[que llega a afirmar] que en América Latina no hay lucha de clases, y por lo tanto, tampoco hay auténtica historia, ni hay civilización". Se sabe que, "por lo general Marx atacó la idea hegeliana de que un pueblo sólo tiene historia si es capaz de expresarse en un Estado, sin embargo, respecto a América Latina aplicó el mismo modelo que criticaba" (Kuhnekath, 1995).

Un cuarto y definitivo momento ocurre cuando los latinoamericanos pasan a concebirse a sí mismos con la imagen construida por los europeos. Aun cuando a este momento se llega en varios pasos, en primera instancia, considerando antinomias del tipo «barbarie - civilización», o «moderno - tradicional», eventualmente se llega a la noción de nación subdesarrollada, o sea a la antinomia «desarrollo - subdesarrollo», como una noción que "goza, por estar ampliamente extendida, del prestigio de una verdad evidente" (Kuhnekath, 1995).

La forma contemporánea de esta constitución social del otro como el inferior, o, en contrapartida, del otro como superior, arranca de que "la visión predominante de la economía política clásica, ... y de la sociología positivista, presentaba al capitalismo mundial como un sistema que evolucionaba o se desarrollaba por sí mismo, en base a sus mecanismos de autorregulación". En este ámbito de reflexiones, la diferencia entre las sociedades capitalistas y las sociedades externas al capitalismo, hacían que éstas últimas fuesen objeto de interés para la antropología, implicando una extensión de la contraposición entre lo rural y lo urbano, como una polaridad conectada mediante "un proceso de modernización característico de la continua evolución sociocultural de la humanidad, cuya civilización burguesa constituia el espejo el que todas las naciones habrían de reconocerse tarde o temprano..." (Sonntag, 1994).

Toda vez que llegó a armarse este contexto de sentido, la ambición o meta de superar la condición de inferioridad, o "ayudar" a superar tal condición, resulta como una derivación inmediata. De esto resulta una situación en la cual, como en el caso de que se llega a creer en la tenencia del alma, se está en condición de definir circunstancias como reales, y de ahí pueden, efectivamente, resultar consecuencias reales. Si un sujeto llega a la convicción de tener alma, puede ser que, simultáneamente, también llegue a convicción sobre la necesidad de salvar su alma, y por ello, de conducir su práctica en uno u otro sentido, con lo cual, las consecuencias de su convicción puramente subjetiva llegan a ser consecuencias reales.

De igual manera, si una red de sujetos llega a la convicción de que entre ellos existe cierto tipo de diferencias en orden a superioridades e inferioridades, el propósito de negar la condición de inferioridad puede definirse como meta, y, desde allí, orientar sus acciones de modo tal que impliquen consecuencias reales (por supuesto, no necesariamente las esperadas por los sujetos). Toda vez que entre los sujetos epistemológicos se generaliza la convicción de que efectivamente existe una diferencia en el "nivel de desarrollo", aparece la necesidad de explicar causalmente en su origen y desenvolvimiento la misma diferencia. Las respuestas encontradas con mayor frecuencia se orientan en dos direcciones:

En la primera, se atribuye la condición de subdesarrollado al carácter esencial del otro, de manera que los valores psicosociales propios de cada tipo de cultura se asocian a la capacidad para desarrollarse con mayor o menor dificultad. En esta versión explicativa, se caracteriza la cultura tradicional como desprovista de los elementos imprescindibles para pasar a otro tipo de dinámica. Noé Cornago, que ha realizado un estudio sobre «La evolución del pensamiento sobre el subdesarrollo» (1993), propone como expresión típica de esta versión explicativa la investigación de McClelland sobre La sociedad ambiciosa. Factores psicológicos en el desarrollo económico (1968), que, en base a la observación y análisis de las narraciones infantiles, la tradición oral, y el estudio de las reglas e instituciones tradicionales africanas, concluye que en esas sociedades tienen poca presencia los valores como la ambición, la competitividad, la originalidad y la capacidad de iniciativa, valores asociados a procesos de cambio social modernizadores. En cambio, encuentra que en las sociedades africanas predominan el fatalismo, el inmovilismo y el conformismo, valores que bloquean procesos de modernización.

En la segunda dirección, la condición de inferioridad se atribuye a la relación entre quienes se reconocen en un polo como superior y en el opuesto como inferior. Toda vez que se acepta el juego de la inferioridad como real, siempre se tiene la salida de atribuir al otro o bien el origen, o al menos la persistencia de tal condición. Al respecto, uno del los discursos mejor articulados fue propuesto por Raúl Prebisch, y continuado por los teóricos de la dependencia, para quienes, "el desarrollo y el subdesarrollo no son diferentes etapas en un proceso que conduzca a las sociedades tradicionales hacia la modernización, sino productos simultáneos del proceso de expansión capitalista a escala mundial, con el resultado de desarrollo en unas zonas y subdesarrollo en otras" (Cornago, 1993).

La generalización de las convicciones acerca de las condiciones de superioridad e inferioridad ha hecho virtualmente imposible intentar un curso de acción que presuponga ignorarlas. En todo caso, para los descreídos y desencantados, por lo pronto, casi sólo es accesible intentar el espacio de la des-mitificación. Esto explica la posibilidad de plantear la existencia de las tres modalidades de discurso acerca del desarrollo anteriormente reseñadas.

En esto, como en otros aspectos, se reconoce como condición del mundo contemporáneo, la unidad global a la que se ha llegado. Sea que se tome por real o supuesta la antinomia «desarrollo-subdesarrollo», sus consecuencias sí son efectivamente reales, y No se reducen a la creciente diferenciación en las condiciones de vida de los habitantes del planeta. En la actualidad, "la unión de la humanidad ya no es una idea caprichosa de la Ilustración, sino que se impone sobre los pueblos del mundo como un hecho biofísico". Y a pesar de la creciente conciencia de que somos un "mosaico de culturas", la necesidad de ver la diversidad mundial, como «un mundo», se impone, dado que, "podría ser tan autodestructivo pensar en categorías de un Mundo, como no pensar en ellas" (Sachs, 1996).

Finalmente parece haber ocurrido que la pretensión etnocéntrica de los europeos respecto a que existe, como telón de fondo una sola cultura humana, se ha convertido en una condición imposible de obviar. ""Desde finales de los años 70, la nueva imagen de "un mundo" se ha afirmado en nuestras conciencias: el globo en su finitud física"" (Sachs, 1996).

A las convicciones subjetivas se asocian prácticas efectivamente realizadas. En general, las políticas y estrategia de desarrollo se han formulado tomando en consideración una de estas versiones explicativas. En algunos casos, una síntesis de ambas, o, inclusive, combinaciones eclécticas. A finales del siglo XX y comienzos el XXI, y pese a que se dibuja un horizonte más bien incierto, el discurso sobre el desarrollo aún organiza y estimula una amplia variedad de prácticas sociales.

Aunque al inicio del siglo XXI aparece un incipiente despertar crítico, la autopercepción condicionada de diferentes actores sociales respecto a "ser y/o estar" en uno de los dos polos que constituyen la condición "desarrollo-subdesarrollo", se ha instalado con solidez en el sentido común colectivo. Desde esa posición, ese sentido común continua otorgando sentido a la praxis de los actores sociales, y esas praxis, independientemente de si se apuesta o no a las posibilidades reales de desarrollarse, tienen consecuencias reales.

En el proceso histórico, también se ha invertido la noción de desarrollo como discurso asociado a una voluntad política que busca, precisamente, alcanzar esa condición de desarrollo, asociándolo a un complejo de valores que se tienen por dignos de ser alcanzados. Paradójicamente, hasta el momento, todo indica que los resultados obtenidos por esas políticas no han logrado precisamente lo que se han propuesto, sino que han obtenido resultados ambiguos, beneficios para unos y, podría afirmarse, que perjuicios para otros, en cuanto les otorgan progresivamente una conciencia de inferioridad. Es posible comprender cualitativamente a muchos de los actores sociales que se orientan en la praxis a partir de este tipo de noción de desarrollo, aunque no se compartan sus esperanzas, más bien ingenuas por una parte, o mal intencionadas, por la otra.

Habría que reconocer un matiz de sensatez a quiénes denuncian a la noción de desarrollo como un nuevo auto-engaño. Y de no ser por el hecho de que esta posición parece corresponder a una minoría que avanza sus posiciones contracorriente, podría considerarse que es la noción más prometedora. Desde esta posición crítica, y en ocasiones desencantada, resulta la necesidad de buscar otras opciones de explicación y de sentido, y con ello, quizás, podría contribuir a subvertir la actual praxis social.

Como noción que permite interpretar el proceso histórico social, la noción de desarrollo puede ser más útil. En este sentido, explica el devenir de las formas en que las personas y las grandes agrupaciones sociales han estructurado sus relaciones sociales. En este carril, el desarrollo aparece particularmente como desarrollo capitalista.

En el lenguaje ordinario, el desarrollo describe un proceso a través del cual se liberan las potencialidades de un objeto u organismo hasta que alcanza su forma completa.

Los diversos usos de que ha sido objeto la palabra desarrollo explican el sentido que actualmente le atribuimos. En su sentido original, el desarrollo se refería al despliegue del potencial que un ser o cosa es capaz de desplegar en razón de su propio carácter o naturaleza. Así entendido, desarrollo es el proceso que lleva a una semilla a germinar, crecer como planta, florecer y dar fruto. De manera similar, se habla de desarrollo de una persona desde luego que está capacitada para aprender a caminar, hablar, crear, producir y reproducirse, en una historia que recorre desde la niñez hasta la vida adulta.

Haciendo una comparación entre el desarrollo de una persona y el desarrollo de las especies animales y vegetales en la naturaleza, en un momento dado se ha llegado a decir que los seres humanos son más desarrollados que otras especies y que representan un escalón superior, de manera que la evolución se entiende como desarrollo. Sin embargo también se puede entender la evolución como un esfuerzo constante por adaptarse a las cambiantes condiciones del medio en el cual se vive, sin que ello implique que unas formas de vida son esencialmente superiores a otras.

Más adelante, se afirmó que las diversas sociedades en la historia también demostraban una capacidad de desarrollo, y que por lo tanto, se podía distinguir una evolución desde etapas sociales primitivas hacia etapas con mayor avance. En contrapartida, aunque no es la concepción más aceptada, también se puede afirmar que ninguna sociedad y su cultura es superior a otra: tan sólo representan diferentes maneras de adaptación y vida en el entorno natural.

De manera general se puede plantear que en la actualidad, cuando las personas hacen y hablan de desarrollo, se distinguen tres maneras o modos diferentes:

a) Primer Modo: Utilizan la palabra y las concepciones sobre desarrollo acentuando la diferencia entre los desarrollados y los no desarrollados (o subdesarrollados), con frecuencia, enunciando la voluntad de ayudar a los no desarrollados a desarrollarse, aunque en la práctica lo que predomina es la voluntad de dominación sobre los países y regiones así llamadas no desarrolladas o subdesarrolladas. Este modo es denunciado como una oposición total entre práctica y discurso, es decir, un divorcio completo entre lo que se dice y lo que se hace.

b) Segundo Modo: Las concepciones sobre el desarrollo así como las metas que propone se asumen como válidas y posibles, considerando que la concertación de las voluntades de muchas personas y su quehacer permiten alcanzar los logros y las realizaciones deseadas. En este segundo modo de hablar sobre el desarrollo se hace énfasis en la afinidad entre discurso y práctica, es decir, se cree que se puede lograr lo que se dice.

c) Tercer Modo: Se utiliza el discurso sobre el desarrollo para conocer de que manera han ocurrido cambios en la sociedad (global, nacional, regional o local) definiendo una situación de partida y una situación de llegada. En este caso se trata de observar la forma en que las personas y sus discursos sobre el desarrollo se oponen entre sí y cual es el resultado que, en definitiva, se alcanza.

Referencias

Alexander, Jeffrey

1987 «La centralidad de los clásicos» en A. Giddens y J. Turner. La teoría social, hoy. Madrid. Alianza editorial. (1ª ed. 1990) pp. 22-80.

Cornago, Noé

1993 «La evolución del pensamiento sobre el subdesarrollo»

Kuhnekath, Klaus

1995 «La unanimidad sospechosa», Diario Latino, Suplemento Tres Mil, San Salvador, 1995

Sachs, Wolfang

1996 Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como poder, PRATEC, Perú, 1996 (primera edición en inglés en 1992), 399 pp.

Sonntag, Heinz

1994 «Las viscisitudes del concepto desarrollo» en Revista Internacional de Ciencias Sociales. MADRID, UNESCO . 154, 1994 pp.

Wallerstein, Immanuel

1998 Impensar las ciencias sociales. Los límites de los paradigmas decimonónicos. Siglo XXI, México Madrid.

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