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lunes, 15 de octubre de 2007

Sociología y Ciencias Sociales. Tradiciones y Urgencias

Msc Rafael Paz Narváez / CCSS UES

Debo agradecer la invitación que se me ha hecho para que participe en este espacio, en el cual se conmemoran 100 años de presencia de la sociología en El Salvador. Por supuesto que el motivo de nuestro encuentro me mueve a preguntar: ¿Que estamos celebrando? Después de todo, cumplir 100 años no necesariamente puede ser algo bueno. En algunos ciclos vitales, muchos años significa que el fin está proximo, en tanto que en procesos ascendentes, cumplir un año más se considera un logro. Para el caso de las ciencias sociales en El Salvador, y particularmente, en la Universidad de El Salvador, la medida desde la cual podemos abrazar un sentimiento de celebración podría estar en correspondencia con los logros que se han cosechado en el transcurso del último siglo.

Hace algunos años, Inmanuel Wallerstein, mientras era presidente de la Asociación Internacional de Sociología, abogó por la desaparición de fronteras entre sociología y otras ciencias sociales. En el análisis de Wallerstein, la sociología, tanto como otras ciencias, se ha constituido también como la producción y reproducción de conocimientos en tres modalidades principales: en primer lugar, como disciplina intelectual; en segundo lugar, como corporaciones organizadas e institucionalizadas; y en tercer lugar, como comunidades culturales que movilizan tradiciones epistémicas.

Como disciplina, pese a las ambiciones omnicomprensivas, el conjunto de las personas que nos dedicamos a la sociología usualmente defimos un ámbito de estudio, así como enunciamos los principios y diseñamos los recursos que son aptos para producir conocimientos válidos, útiles y eficientes, pero cuando lo hacemos, también delimitamos que aspectos del universo quedan afuera de dicho ámbito, de tal forma que, como sociología, se reduce y se renuncia a producir otros conocimientos posibles, los cuales en su especificidad, quedan a cargo de otras ciencias, como la pedagogía o la psicología clínica, para sólo mencionar al menos dos casos. Wallerstein también afirma que, como disciplina intelectual, la sociología surgió y se fundamentó entre 1880 y 1945.

Como corporaciones organizadas, la sociología tiene una existencia directa en las instituciones de secciones universitarias, llámense facultades, escuelas o departamentos, así como en centros de investigación y en las asociaciones de las personas que profesan el oficio, con las autorizaciones o títulos del caso. De manera similar, se puede afirmar que el surgimiento y consolidación de la sociología como estructura de relaciones sociales también ocurrió entre las últimas décadas del siglo XIX y comienzos del XX. En este sentido, el sostenimiento de la disciplina se ha convertido en asunto de interés particular para el conglomerado de personas implicadas y dedicadas, lo cual no ha podido evadir el riesgo de derivar en cierta forma de ser conservadores y, ocasionalmente, velar por la institución más que por sus capacidades productivas o por la concreción de intencionalidades problemáticas.

Finalmente, como cultura, es decir como una comunidad activa de personas dedicadas a la producción de conocimientos, la práctica de la sociología se ha mostrado mucho más dinámica, en la medida que las fronteras entre aquello que debe considerarse como ámbito y recursos de la sociología se han venido redefiniendo constantemente. En este juego de conservación y cambio, se han producido debates contra las otras disciplinas, tanto como muchas ocasiones de cooperación y préstamo desde las otras ciencias sociales.

En la medida que la historia de la humanidad efectivamente avanzó hacia la historia de un sólo mundo, se han transformado notablemente aquellas condiciones históricas en las que aparecieron las diferentes disciplinas de las ciencias sociales, de tal manera que en la actualidad han surgido nuevas demandas para la producción de conocimiento, las que apremian cada vez más las fronteras entre una ciencia y otra. Algunas preguntas nos pueden dar pistas hacia este nuevo rumbo: ¿Acaso tiene solución la problemática de las maras? ¿Debemos aceptar el desastre antrópico de la epidemia del VIH-SIDA como algo natural frente a lo que nos quedaremos cruzados de brazos? ¿Se puede, desde una sola disciplina de las ciencias sociales, ofrecer propuestas aplicables y eficientes frente a la problemática general y particular de este nuestro ya un sólo mundo? Se acuñaron los términos de interdisciplinaridad, multidisciplinaridad y finalmente, transdisciplinaridad, pero en definitiva, las prácticas correspondientes no parecen haberse mostrado suficientemente eficaces.

Es un hecho que las fronteras entre las diversas ciencias sociales nunca fueron tan cerradas que no se pudieran atravesar con provecho: Autores de la época clásica como Durkheim o Spencer, son fuente de recursos teóricos y metodológicos tanto para la antropología como para la sociología; Antropólogos como Radcliffe Browne o Malinowski llegaron a constituirse en una fuente fundamental para la vertiente de la sociología funcionalista; En nuestra América, el cubano Fernando Ortiz mostró que los principios de la criminología europea llevan a la etnología en las Antillas; y en El Salvador, para su trabajo como productor de conocimiento, el fundador del Departamento de Ciencias Sociales, Alejandro Dagoberto Marroquín, retomó recursos tanto de la historia como de la antropología y la sociología.

Si acaso se puede proponer que existió un sentido central para el surgimiento y desarrollo de la sociología en el mundo europeo y norteamericano, este puede haber sido el comprender y explicar aquellos problemas y procesos que aparecieron a raíz de la modernidad. En contraposición, en nuestra región, la apropiación y desarrollo de la sociología se ha ocupado sobre todo de aquellos problemas y procesos que permiten explicar cómo y porqué no llegamos a ser sujetos plenos de la modernidad.

Quiénes han estudiado el desarrollo de la sociología en América Latina, proponen considerarla desde tres perspectivas que en definitiva son complemantarias: En la primera línea, de raigambre claramente positivista, se considera que la sociología ha avanzado como ciencia en la medida que ha venido incluyendo un proceder empírico-racionalista en sus investigaciones. Aparece así, de manera similar a la propuesta de los tres estadios planteada por Comte, que la sociología en América Latina avanza en tanto que se realiza cada vez más como a través de etapas en las cuales se puede conocer cada vez mejor l0s procesos sociales, lo que lleva a una investigación empírica con una conducción teórica, alcanzando en cada etapa sucesiva una mayor cientificidad. En general, según los aportes de Germani y otros autores, los períodos o etapas en las cuales se va perfeccionando la producción de conocimientos se han identificado como de antecedentes, de sociología académica o de cátedra, de sociología científica y de sociología crítica.

En la segunda línea de reflexión, especialmente sustentada en la filosofía de la ciencia de Kuhn, se el análisis agrupa en paradigmas los más destacados esfuerzos del pensamiento científico social de América Latina, en las vertientes del desarrollismo, especialmente el que se traza desde la primera CEPAL, la que está conducida por Raúl Presbich, complementada con los estudios de Germani y de Medina Echeverría; En la vertiente del marxismo incluyendo todas sus variántes y modalidades; y el dependentismo, que hasta el momento parece haber representado una de las expresiones cúspides para la reflexión científico social. Cada uno de estas tradiciones trazó un diagnóstico general de la situación de los países de América Latina y de su relación respecto al entorno internacional.

Después, con los fracasos prácticos sucesivos de las propuestas de solución que se derivaron de cada uno de esos núcleos de pensamiento, o en su defecto, a causa de lo limitado de los logros, ha sobrevenido la crisis de las ciencias sociales, apenas atenuada por algunas tradiciones en ciencia política de la transición a la democracia, reflexiones sobre la situación de la mujer y sobre nuestro destino respecto al entorno natural. La crisis se manifiesta especialmente en la incapacidad de producir conocimiento desde el nosotros latinoamericano, y sobre todo en la resistencia futil o la obediencia interesada hacia el modelo de sociedad que desde el norte se proyecta para America Latina.

Por supuesto, no todos los esfuerzos de reflexión y propuesta encajan en los cauces de esas vertientes paradigmáticas, dado que las reflexiones e investigaciones de Ivan Illich, Darcy Ribeiro o el mismo Orlando Fals Borda, se distinguen por carácterísticas muy originales, las que aún no se han articulado plenamente en el quehacer de las ciencias sociales en América Latina. Sin embargo, aunque no deben considerarse exhaustivas, vale decir, que dichas vertientes han sido en su momento, las que han conducido el mayor esfuerzo de conjunto en América Latina.

Sobre la tercera línea de estudio del desarrollo de las ciencias sociales y la sociología de América Latina se puede abrir la polémica, en tanto que para ella la reflexión social siempre ha estado vinculada, de manera intencional u oportuna, a los diferentes intereses de las grandes agrupaciones humanas o de los sectores sociales que pueblan nuestra América.

En el caso particular de El Salvador, los diferentes momentos analíticos que hemos reseñado tienen su expresión y sus representantes, de manera que se puede afirmar que los Datos de sociología (1946), de José Salvador Guandique, representan un esfuerzo de cátedra, en tanto que La interpretación sociológica de la independencia salvadoreña (1964) nunca escondió su inscripción en la agenda crítica marxista, o, para el caso, la encuesta sobre Sexo y juventud (1974) se revela como uno de los primeros trabajos científicos de Segundo Montes.

Entre el rechazo que provoca en algunos sectores y el reconocimiento que suscita en quienes aprecian el legado de Alejandro Dagoberto Marroquin, se sobrepone una obra que expresó la conjugación de las diferentes posibilidades de la ciencia social, para estar en la época, siguiendo y avanzando sobre las últimas reflexiones en cualquiér punto del planeta, produciendo conocimiento crítico, haciendo labor de institucionalización de las ciencias sociales, pero llevando a la par el trabajo que no niega ser político, y sobre todo no niega que se intenta hacer desde las clases explotadas y oprimidas. La obra de Dagoberto Marroquín está a salvo del olvido, pero debe señalarse que en la actualidad no está recibiendo la difusión que, con urgencia, se necesita. Hay que señalar más y decir que la supuesta valoración crítica que se intenta divulgar sobre su personalidad y su obra se caracteriza, de una parte por su parcialidad y de la otra, por la superficialidad de los argumentos que propone. Aquí debemos advertir que se precisa tomar distancia de quiénes presentan a Alejandro Dagoberto Marroquín como el científico social aséptico que probablemente nunca pudo ni quiso ser.

El trabajo integral de Alejandro Dagoberto Marroquín, como fundador del Departamento de Ciencias Sociales de la UES y de la Asociación Salvadoreña de Sociología, tanto como investigador destacado, implicó un esfuerzo que resulta difícil de igualar, al menos si se considera que otras personas debían realizar una producción semejante. Sin embargo, la continuidad institucional intentó seguir cultivando las vertientes abiertas. En la tradición del pensamiento crítico las eventualidades históricas condicionaron que predominara la militancia política más que una amplia producción académica.

En situación de represión por una parte, persecución por la otra, y en momentos en los cuales el pensamiento de mayor consecuencia crítica inevitablemente llevaba al activismo, las ciencias sociales en El Salvador pasaron a una década de sobrevivencia precaria. Sin embargo, hacia el final de la contienda armada y poco después comenzó el despliegue institucional que ha caracterizado los esfuerzos de las ciencias sociales hasta el momento actual. Sin duda, en esto debe reconocerce el mayor esfuerzo de la generación de cientistas sociales que sucedieron al fundador reconocido. La capacidad de mantener la carrera durante los momentos cruciales sin duda exigió un esfuerzo humano rayano en muchos sacrificios, lo que marca de por vida. Pero más allá de ese cerco, se logró captar y abrir nuevas carreras, de manera que en la actualidad se cuenta con una propuesta de formación profesional en sociología, profesorado en ciencias sociales, trabajo social, historia y antropología sociocultural. A estas profesiones debe añadirse, como el logro que revela el carácter de la generación, la apertura de la Maestría en Métodos y Técnicas de Investigación Social, que sin duda rescata la preocupación por el planteamiento riguroso de la investigación científica.

La defensa de la institucionalidad de las ciencias sociales en el país, así como su despliegue posterior ha constituído el mérito mayor. El esfuerzo por trabajar un ámbito de producción de conocimientos desde una disciplina se presenta como una especialización en el planteamiento de una metodología para la investigación social, acuñada en la propuesta de la Lógica del descubrimiento, que no ignora, si no más bien reorienta al conjunto de las metodologías para la ciencia social. Lo que sí falta es recuperar el dinamismo propio de una producción de conocimientos autóctona, para lo cual, inevitablemente se requiere de rupturas con el presente y retorno a vetas olvidadas de las propuestas fundacionales, para desde ahí, asentar las bases sobre las cuales despegue el futuro.

En la actualidad, las ciencias sociales en El Salvador sobreviven en un ambiente árido, en el cual aparentemente la producción no ha cesado, e inclusive parece afianzarse e incrementarse. Sin embargo, en la práctica, se esá renunciando a lo mejor de nuestra tradición, precisamente cuando resulta de mayor urgencia reconocerla, revalorarla y sobre todo, acrecentarla.

En lo que se refiere a la sociología como disciplina científica y humanista, podemos hacer un saldo a favor tomando en cuenta el legado que nos respalda, que aunque breve, se distingue por la calidad de los representantes más reconocidos. Sin embargo, deberíamos preguntarnos, en lo que se refiere a la sociología como corporación institucionalizada, si se tiene la apertura para abrir el debate y evaluar hasta donde realmente estamos facilitando el intercambio y la cooperación interacadémica y, sobre todo, lo que hace falta con urgencia, el compromiso crítico frente a nuestra historia.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Los marxismos


Rafael Paz Narváez y Maria Eugenia Sáenz, 1998

I. EL CAMPO MARXISTA DE PRAXIS Y DISCURSOS

Un campo social se puede definir como el espacio en que un fenómeno se hace concebible y observable. Para efectos de reflexionar sobre procesos sociales, intentando comprenderlos y explicarlos, podemos considerar un campo al espacio delimitado, en un extremo, por los discursos, y por el otro, por las praxis históricas. Es decir un campo social integra tanto los contextos de sentido que orientan las acciones de las personas tanto como aquellas prácticas recurrentes o innovadoras que, con mayor o menor coherencia, se asocian al discurso.

La peculiaridad básica del discurso, consiste en ser argumentativo, se concentra en los procesos de razonamiento más que en la experiencia inmediata, definiendo las orientaciones de acción, aún en circunstancias en las cuales, no se pueda tomar como criterio una verdad manifiesta y evidente. Aunque las bases de un discurso pueden ser empíricamente fundadas, en general, el discurso persuade más por la argumentación que desenvuelve, que por la comprobación de sus aserciones. Además, debe considerarse que, a la característica coherencia lógica del discurso, también se asocian constelaciones de emocionalidades.

Alexander (1989: 36) sostiene que "la capacidad de persuasión del discurso se basa en cualidades tales como su coherencia lógica, amplitud de visión, perspicacia interpretativa, relevancia valorativa, fuerza retórica, belleza y consistencia argumentativa".

En lo que se refiere al marxismo, así, en general, proponemos considerarlo como un proceso social que involucra: De una parte, una praxis de militancia política, en el sentido más inmediato y directo; Y por la otra parte, el marxismo también se reconoce como un discurso crítico, a veces, en particular, como un discurso que vehiculiza y promueve una reflexión crítica sobre la praxis. Dado que reúne esas características, el marxismo también puede considerarse como un campo social delimitado en praxis históricas y discursos temáticamente organizados.

Como campo social inscrito en la historia, el marxismo comienza su devenir desde 1843 y persiste hasta la actualidad, pero en el transcurso es posible distinguir al menos cuatro períodos[1]: (1) Desde el surgimiento del marxismo, en 1843, hasta lo que se reconoce como la primera victoria práctica, en 1917; Luego, (2) desde la revolución bolchevique hasta la victoria del partido comunista chino, en 1949; Para continuar, (3) desde la revolución comunista china, que fue simultánea a procesos de descolonización, hasta la caída del muro de Berlín en 1990, acontecimiento que marca el inicio de la desintegración del campo socialista; Debe considerarse, por lo tanto, (4) un período contemporáneo, abierto desde la desintegración del campo socialista hasta nuestros días.

En el transcurso de estos cuatro períodos, el campo de las praxis y discursos reconocidos como marxistas se delimitan entre dos oposiciones:

a) En lo que se refiere a la praxis de militancia política, las orientaciones incluyen una oposición entre la lucha revolucionaria por la reorganización total de los modos de producción y de las instituciones que facilitan su continua reproducción, frente a la lucha reformista por la modificación inmediata de las condiciones de trabajo y de vida de (inicialmente) la clase obrera (más tarde, esta condición se extiende a todos los trabajadores), modificación que no requería inmediatamente el desmantelamiento de los modos de producción capitalistas o precapitalistas.[2]

b) En cuanto a la elaboración de discursos, el marxismo se polariza entre una oposición que incorpora, en un extremo, al discurso como instrumento y vehículo de reflexión crítica sobre las praxis histórico-sociales, y en el otro, al discurso como referente de autoridad, que organiza y facilita la conducción intelectual y moral de los militantes hacia la consecución de los objetivos revolucionarios.

De esta manera, el campo social del marxismo se puede representar en la siguiente figura:

A continuación, y de una forma muy breve, se expone una reseña del devenir del campo marxista a través de los cuatro períodos referidos.

El primer período (1843-1917) es de conformación y despliegue inicial, el campo marxista aparece como una expresión politizada del movimiento obrero, de ahí se derivan sus necesidades y reivindicaciones reformistas. Además, también aparece como filosofía revolucionaria, trazando la meta histórica de llevar hasta las últimas consecuencias el proceso de transformación social que el ala jacobina y radical de la revolución francesa dejó pendiente, solamente que, en el proceso, la revolución se transforma, deja de ser una invención ilustrada, enfilada a la crítica de las instituciones feudales y pasa a ser la crítica de las instituciones económicas, políticas y sociales de la moderna sociedad capitalista.

En el primer período se distinguen dos momentos. El primero es de conformación inicial, cuando el marxismo nace y se desarrolla como organización de las clases obreras europeas, en la Liga de los Comunistas primero, y en la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT, reconocida como la I Internacional) después. Sin negar la necesidad de luchar por reformas, los planteamientos marxistas se oponen a limitar **** la praxis exclusiva o prioritariamente al reformismo. Este primer momento termina con dos hitos históricos: la derrota de la clase obrera revolucionaria en el intento de la Comuna de Paris (1871), y la propuesta programática contenida precisamente en la Crítica al Programa de Ghota (1873), ya no sólo existía una capacidad organizativa de convocatoria masiva y la voluntad de destruir la sociedad burguesa, existía además, el procedimiento inicial para hacerlo: La nacionalización de los medios de producción fundamentales y planificación de la economía.

El segundo momento es de despliegue sobre Europa y sus alrededores, hacia las zonas de influencia cultural más inmediatas: Europa Oriental, Estados Unidos y en parte, América Latina. "El Manifiesto Comunista fue traducido a la mayor parte de lenguas europeas" (Chatelet et al, 1975: 11), pero también, en menor medida, El Capital, obra de la cual, la primera traducción al español se realiza, antes que termine el siglo XIX, en Argentina. Con las ideas se extiende la organización militante, y con ambas el debate. De una parte, en 1889 se constituyó la II Internacional de Trabajadores, en un período particularmente pacífico,[3] lo que da pie a que se desarrolle y prosperen, especialmente en Francia y en Alemania, las tácticas reformistas en combinación con las políticas parlamentarias, aunque para los revolucionarios de las organizaciones marxistas de Europa oriental, ni las condiciones históricas, ni su propio estado de ánimo los mueve a apostar a la combinación de reformas y política parlamentaria. A partir de 1914, con el advenimiento de la primera guerra mundial, el debate se trasforma en ruptura, la cual, se perpetua con la victoria de la revolución en Rusia, en 1917.

En el transcurso del segundo período (1917-1949), la diferencia entre socialdemocracia y comunismo adquiere un nuevo sentido, especialmente a partir del surgimiento, en 1919 de la III Internacional, o Internacional Comunista por oposición a la II Internacional, o Internacional Socialdemócrata. Lo paradójico es que en la Europa de 1920 hasta 1929, una facción de la oposición que se autoreconocía marxista le apostaba al reformismo, en tanto que los marxistas organizados como partido de estado se autoreconocían como revolucionarios.

En el segundo período también se pueden distinguir dos momentos, en el primero, bajo la tutela y promoción del estado soviético, la organización comunista militante y el discurso revolucionario se extienden por el mundo, especialmente hasta la década de los años treinta. El segundo momento, después de los años treinta hasta 1949, está marcado por la lucha contra el ascenso del fascismo y por la segunda guerra mundial. El segundo período también parece haber concluido en acontecimientos victoriosos: En Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria, Rumanía, Albania y Yugoslavia la guerra culminó con la organización de estados socialistas, inclusive en una parte de Alemania. Además, en 1949 los comunistas chinos también culminan una larga marcha hacia la victoria de la revolución.

El tercer período (1949-1990) aparece con las oposiciones más extremas en el campo del marxismo: En los escenarios originales de Europa, de una parte, el reformismo ofrece resultados inobjetables en lo que se refiere a mejoras sustanciales en las condiciones de vida de la clase obrera, a tal punto que la revolución, percibida únicamente como medio para alcanzar tal fin, se torna innecesaria.

Por otra parte, en los estados marxistas, el discurso parece enfatizar especialmente aquellos aspectos que facilitan la conducción intelectual y moral, en tanto que se atenúa la reflexión encaminada a la crítica de la praxis, especialmente, de la propia praxis. Con la excepción de la ahora desaparecida Yugoslavia y de Albania, los estados comunistas se extendieron sobre Europa, al finalizar la segunda guerra mundial, a partir de la punta de bayonetas soviéticas.

De esta manera, el programa mínimo de 1848 da como efecto, al menos algunos de los resultados del programa máximo de 1873, en tanto que la realización del programa máximo de 1873, apenas puede cumplir de manera consistente las metas del programa mínimo de 1848, pero a condición de utilizar el discurso marxista más como ideología de estado que como crítica de toda praxis.

En consecuencia, durante este segundo período, el sentido original de las vivencias marxistas parecen desplazarse hacia las luchas revolucionarias de los marxistas en los países del así llamado Tercer Mundo. El marxismo chino, y el coreano, derivaron rápidamente hacia la estatalización, en tanto que en las revoluciones cubana, vietnamita y finalmente en la nicaragüense, no existen las condiciones económico-sociales para aplicar consistentemente el programa de 1873, en aquel momento casi el único en liza. Otros intentos, como las experiencias kampucheanas o sendero luminoso, según parece, practican el militantismo poco reflexivo y un discurso que respalda la obediencia a la autoridad, con resultados nada recomendables.

En estas condiciones, el tercer período culmina con el desmantelamiento de la mayoría de estados comunistas, es decir, con la restauración del capitalismo en la mayoría del antiguo campo socialista. Aún sobrevive el marxismo como partido de estado, en China, si bien con reformas que fortalecen cada vez más la tendencia hacia un capitalismo de estado, con el subsiguiente riesgo de facilitar inadvertida o conscientemente la restauración del capitalismo de empresa privada. Sobrevive también en Vietnam, Corea del Norte y Cuba, pero con limitaciones.

Es preciso considerar un cuarto período (a partir de 1990) en el devenir del campo discursivo y práctico del marxismo. Las derrotas estratégicas de los marxistas han reducido el inventario disponible. La mayoría de organizaciones comunistas se han disuelto, las sobrevivientes carecen de un programa revolucionario convincente. El campo marxista, en praxis y en discurso, se ha debilitado.

Únicamente queda en pie el potencial de la tradición marxista como reflexión que critica la praxis.

Desde ese punto se puede reconfigurar todo el campo.

II. LAS OBJECIONES DE LEFEBVRE

En primera instancia es posible reconocer que las objeciones de Lefebvre al marxismo son válidas, siempre y cuando se considere que el marxismo se reduce a cierto marxismo soviético.

Lefebvre, en pleno tercer período, objeta a los funcionarios del partido el recurso al discurso marxista como instrumento de conducción intelectual y moral desde el estado soviético, y la intención de sus objeciones se orientan a rescatar la dimensión del marxismo como discurso que critica la praxis, toda la praxis, inclusive la praxis de los marxistas.

El problema central de Lefebvre no radica en una incompatibilidad entre el campo marxista y la sociología como quehacer. En general se reconoce que "las obras de Marx contienen una sociología", si bien, debe acotarse, las obras de Marx no pueden reducirse a ser consideradas esa sociología.

Para 1975 estaba claro que el campo del marxismo se había diversificado, de tal manera que, ni todos los marxismos eran revolucionarios, ni todas las sociologías eran proburguesas. Sobre aquel blanco apuntaba Lefebvre, desde 1967, criticando al discurso marxista que se prioriza como una ideología que facilita la conducción de la militancia y la población, en tanto que reivindicaba la sociología como reflexión que hace posible la crítica de la praxis.

Por lo demás, sus notas respecto a como instrumentalizar la razón en el quehacer sociológico, mediante las nociones de totalidad y objetos virtuales, sugieren el propósito de replantear la tradición crítico reflexiva marxista desde la propuesta planteada en El método de la economía política.

III. EL MARXISMO EN LOS TIEMPOS DE LA GLOBALIZACIÓN

En el caso de Karl Marx como autor que funda una tradición, cualquiera que se aproxime a él, aborda una obra de enormes dimensiones, y, sobre todo, de enorme impacto en la historia.

Estamos convencidos que cualquier esfuerzo por reseñar su obra puede dejar al margen aspectos que, desde una u otra perspectiva resultan de indudable interés. No obstante, intentamos abarcar su producción aludiendo a la forma en que los debates entre los estudiosos de Marx han diferenciado tres períodos en su producción teórica, y esto, más por desacuerdos recíprocos que por consensos logrados.

Aludimos aquí a la producción teórica y metodológica de Marx mencionando los reconocidos períodos del «Marx joven», el «Marx maduro» y, desde finales de los años ochenta, el «Marx tardío».

Además, abordamos algunos de los textos que han llegado a reconocerse como «fundacionales» para las más extendidas interpretaciones de su obra.

Se trata de cuatro textos que se han constituído en la pieza de referencia para tendencias de marxistas que comparten, más que cualquier otra cosa, una forma particular de entender el marxismo. Nos referimos a «Las tesis sobre Feuerbach»; un fragmento de los Grundrisse conocido como «El método de la economía política»; el «Prólogo a la Contribución de la Crítica de la Economía Política»; y, finalmente, el «Prefacio a El Capital».

Esta manera de abordar la obra de Marx, para mostrarla en un panorama de conjunto, no es una ocurrencia antojadiza. De hecho, los debates acerca del sentido de su obra se han circunscrito, de diversas maneras, entre los puntos que vamos a señalar.

Aparte de las efectivas diferencias en el ciclo vital de toda persona que despliegue su destino en el mundo cultural del occidente europeo, reconocemos que los períodos de Marx, como autor, coinciden, por una parte, con ciertos énfasis temáticos. De otra parte, sin embargo, planteamos que el sentido principalmente involucrado en la delimitación de etapas o períodos en la obra producida por Marx viene dado por los énfasis interpretativos que los marxistas posteriores atribuyen a la obra del fundador de la tradición.

Debe reconocerse como válidas las interpretaciones sobre el «Marx joven» que utilizó como clave para sus reflexiones teóricas y filosóficas las nociones de «enajenación» o «alienación», de tal manera que el matíz humanista y emancipador se destaca más en las producciones que van desde 1842 hasta 1857, año este último en el cual su interés por estudiar "la ley que rige el movimiento de la moderna sociedad", lo lleva a plantear su reflexión teórica como un esfuerzo para desentrañar los secretos de la modalidad capitalista de «explotación», acentuando, sin lugar a dudas, la investigación científica de los procesos económico-sociales.

Estos diferentes énfasis interpretativos llevaron a que, durante algún tiempo, algunos marxistas debatieran entre sí, según concedieran mayor importancia a las reflexiones humanistas, ó, a las reflexiones económicas, contraponiendo así al «Marx maduro» ─el Marx de El Capital─, contra el «Marx joven» ─el Marx de La Ideología Alemana─.[4]

El «Marx maduro» realiza su obra entre 1857, cuando comienza con los borradores reconocidos ahora como Grundrisse o Fundamentos para la Crítica de la Economía Política, y llega hasta 1872, cuando su reflexión política económica culmina con La Crítica del Programa de Gotha, texto en el cual traza un plan general para construir el socialismo desde el estado (de hecho, uno de los más acentuados momentos no-anarquistas de Marx), mediante la nacionalización, o precisamente, estatalización de todos los medios fundamentales de producción. En realidad, el plan estaba concebido particularmente hacia los países europeos con una industria nacional desarrollada. Por supuesto, hay que advertir que en 1872 debe entenderse como industria desarrollada una condición diferente a la contemporánea.

Durante muchos años, el estudio público o, podemos decir, también, masivo, de la obra de Marx se circunscribió a la producción que realizó durante su juventud y madurez.

Desde 1872, fecha en que escribió La Crítica al Programa de Gotha, hasta 1883, año en que murió, Marx siguió produciendo. No obstante, la obra de este tercer período, el «Marx tardío», es virtualmente desconocida, especialmente porque las mayores casas editoriales dedicadas a la publicación de sus obras ignoraron, por simples limitaciones ideológicas o por deliberada conveniencia política, los escritos posteriores. Para muestra, un botón: si se consultan los diccionarios marxistas (anteriores a 1995), en la reseña biográfica y bibliográfica referida a Marx, lo más frecuente es que culmine mencionando como última producción significativa, precisamente, La Crítica al Programa de Gotha.

Tampoco parece casual que, uno de los mayores esfuerzos históricos de construcción del socialismo en el siglo XX, tomara como referencia básica el plan general trazado en aquel texto, aún cuando se forzó su aplicación práctica sobre una porción de la humanidad que vivía condiciones y relaciones sociales diferentes a las originalmente previstas en el plan esbozado en La Crítica al Programa de Gotha.

¿Cuál es el contenido particular de la producción del «Marx tardío»? ¿A propósito de qué se generó?

Suele afirmarse, que Marx dejó de preparar la publicación del segundo y tercer tomo del El Capital, después de recibir una carta enviada por representantes populistas[5] -anarquistas- rusos, carta en la cual consultaron su opinión respecto al problema de si podía avanzarse al socialismo a partir de la comuna agraria rusa. Se supone que en el abordaje de una respuesta a esa cuestión, Marx se interesó muy vivamente por las condiciones sociales y revolucionarias en Rusia, al punto que perfeccionó sus conocimientos de ruso, comenzó a darle un continuo seguimiento a los acontecimientos en aquel país, y hasta empezó a desplazar el estilo eurocéntrico que, hasta entonces, había predominado en sus textos y pensamiento.

El «Marx tardío», por lo tanto, se interesa con mayor detenimiento en los procesos sociales en los cuales existen representantes políticos portadores de idearios socialistas, pero simultáneamente, no están presentes los sujetos materialmente practicantes de las relaciones sociales de producción que él, hasta entonces, había previsto como los portadores de nuevas relaciones sociales de producción.

Por supuesto, en su mayor medida, la obra de este «Marx tardío» aún está por ser divulgada y estudiada. La tarea se ha tornado más difícil en la medida que, después de la caída del muro en Berlín, el esfuerzo editorial de su obra parece estar disminuyendo.

En lo que atañe a nuestra propia percepción de la obra de Marx, consideramos que, si bien, abordar su obra desde una periodización que alude a su producción joven, madura y tardía puede resultar provechoso, pero debe evadirse el riesgo de tomar alguna de esas dimensiones como la "más auténtica", pues, un sesgo de tal tipo puede empobrecer el estudio de su obra. Reconocemos que, a lo largo de la larga vida de Marx su producción teórica ora hizo énfasis en un aspecto, ora se interesó más en otro, lo cual, en definitiva, no impide una comprensión de conjunto de su obra.

Precisamente para aproximarnos al contenido de su obra examinamos de una manera muy general aspectos medulares planteados en los textos fundacionales.[6]

A continuación, consideramos la obra de Marx y los estilos de interpretación que posteriormente generó, tomando en cuenta los estudios críticos que en su momento plantearon, por una parte François Chatelet, y Alvin Gouldner.

Originalmente Chatelet, enunció como fundacionales dos lecturas de la obra de Marx: «El Prólogo a la Contribución a la crítica de la Economía Política», de 1859, y el fragmento de los Grundrisse bautizado como «El método de la economía política», de 1857.

Hasta 1975, según Chatelet y sus colaboradores, se perfilaban dos posibilidades de entender el materialismo histórico, la primera se fundamentaba en la lectura del «Prólogo a la Contribución de la Crítica de la Economía Política» tomándola como una "filosofía de la historia materialista, cuya causa última es la realidad económica, la infraestructura, que produce las superestructuras políticas, jurídicas y económicas."La otra lectura, introduce una perspectiva diferente del materialismo histórico en la cual Marx "concede la primacía no a la filosofía de la historia, sino a la necesidad de construir unos conceptos que permitan criticar la idea misma de historia." (Chatelet, 1975: 37-38)

Las dos formas de entender el materialismo histórico, al menos hasta 1975, se refieren, por un lado a quiénes lo entendían como una doctrina filosófico-científica de la historia, y, en el otro extremo, a quiénes, especialmente después de Karel Kosick, comenzaron a entender el materialismo histórico como método crítico de la historia.

En cambio, Gouldner encuentra, después de un extenso y acucioso estudio, que se distinguen dos marxismos, que desarrollan, cada cual a su manera, al menos dos tendencias presentes en la obra de Marx: uno de estos marxismos se perfila como científico positivo, es decir un marxismo que enfatiza sobre todo en el marxismo como ciencia. El otro marxismo es político y revolucionario.

Por supuesto, Gouldner plantea que tales formas de entender el materialismo histórico se influyen mutuamente, y que lo más frecuente es que la mayoría de los representantes del marxismo incorporen elementos de ambos, lo cual, sin embargo, no le impide enunciar las dos tendencias.

De forma modesta proponemos[7] un estudio que amplíe los textos que pueden considerarse fundacionales, incluyendo Las tesis sobre Feuerbach, y, a manera de contrapeso, los prefacios a El Capital, en el entendido que, a partir de la lectura de Las tesis, se incorpora una forma de entender el materialismo histórico, que niega a las otras sólo en el sentido que permite comprenderlas en un nuevo conjunto. Para evitar el voluntarismo histórico, convenimos en incluir las reflexiones de los prefacios a El Capital.

No tenemos afán de promover una u otra interpretación del marxismo como la más "auténtica". Por el contrario consideramos que cada generación se apropia de los legados intelectuales, incluyendo el de Marx, según su propia conveniencia, condiciones y creatividad. La próxima generación de marxistas, aún cuando lo sean con la misma naturalidad que se es pausteriano en biología, escogerá su propia interpretación.

BIBLIOGRAFIA

Chatelet, François, E. Pisier Kouchnerr y J.M. Vincent

1975 Los Marxistas y la política. Madrid, Taurus (1ª ed. en español 1977) 3 volúmenes.

Lefebvre, Henry

1967 «Sobre la sociología» en Obras, Lito editor, Buenos Aires, 1967. pp 133-171.

Viatkin, Arcadio

1982 Movimiento obrero comunista y de liberación nacional, 2 tomos, Ciencias Sociales, La Habana, 1982.


[1] Esta periodización fue propuesta en 1975 por Chatelet, Pisier-Kouchner y Vincent en Los marxistas y la política, la retomamos introduciendo algunas modificaciones, en especial, el período contemporáneo.

[2] Al respecto, en «Marxismo y reformismo», Lenin explica que "los marxistas, a diferencia de los anarquistas, admiten la lucha por las reformas, es decir, por medidas que mejoren la situación de los trabajadores sin destruir el poder da la clase dominante" (Lenin, 1913: 123-124. En selección de Châtelet, et al, 1975: 167) Por supuesto, esta lucha reformista es siempre comprendida por Marx, Engels y Lenin como una lucha políticamente subordinada a la lucha revolucionaria.

[3] "Después de la Comuna de París, Europa occidental y Estados Unidos no sufrieron guerras ni conocieron revoluciones durante más de tres décadas (hasta la revolución de 1905 en Rusia)" (Viatkim, 1982: 133).

[4] La opinión de Althusser respecto a las obras del joven Marx se comprende en el siguiente pasaje: "Seguramente no se debe al azar el que hayamos podido reducir toda la pretensión ideológica que impera en los Manuscritos del 44 ─y que ronda disimuladamente en las tentaciones de recaída historicista de El Capital─ ..." (Althusser, 1968: 21). En contraposición, Antonio González afirma que ""Los Manuscritos de 1844 constituyen, sin lugar a dudas, una de las obras más destacadas de la producción filosófica marxiana y la importancia de su comprensión correcta parece hoy día incuestionable, tanto para quiénes sostienen que en ellos se expresa el "verdadero Marx" como para quiénes tienden a rechazar globalmente los escritos "de juventud" como productos inmaduros de de un joven idealista aún empapado, a sus 26 años, de la filosofía de Feuerbach, ...,Los Manuscritos de Paris son, indudablemente, una "obra de juventud," y como tales han de ser leídos e interpretados..., [no obstante] desde el punto de vista económico-científico y especialmente desde el filosófico, , no cabe hablar propiamente de un primer y un segundo Marx, de un "Marx joven" contrapuesto as un "Marx maduro,"sino más bien de la unidad de una obra que se va desplegando en distintos momentos"" (González, 1987: 7-9).

[5] El sentido del término «populista» en la Rusia de finales del siglo XIX es notablemente diferente a la más frecuente semántica de ese mismo vocablo en América Latina, región en la cual se refiere a quiénes, con la finalidad de granjearse simpatía y votos, complacen las veleidades de los masivos sectores populares, aún cargando los costos al equilibrio de las economías nacionales, y sin posibilidad de satisfacer las nececidades populares más básicas y sutiles de manera sostenida. En la Rusia finisecular, en cambio, se refería a revolucionarios agrarios con un ideario político en ocasiones democrático, pero la más de las veces francamente anarquista.

[6] El término «Textos fundacionales» es empleado por Michel Chatelet, en los marxistas y la política, a grandes rasgos, coincide con Alvin Gouldner, en su conclusión respecto a Los dos marxismos.

[7] Y en esto hemos venido a darnos cuenta que, otras personas, en otras latitudes, también trabajan en una dirección similar.






lunes, 8 de octubre de 2007

Doce tesis acerca de la democracia


1. Una contradicción esencial (en Held) se despliega entre los polos de participación y representación, la cual aparece como especialmente significativa en razón de la dimensión exclusión – inclusión que supone. La contradicción entre formal – real, en ocasiones expresa esta misma dimensión, aunque usualmente alude a la contradicción que opone el discurso acerca del contrato contra la praxis histórica.

2. Todo gobierno es ilegítimo (es decir inaceptable) en la medida que aparece como una administración sobre las personas, es decir, en la medida que las decisiones tomadas y ejecutadas afecten o impliquen la condición y destino de seres humanos, sobre quienes se toman esas decisiones.

3. Toda forma o modelo de democracia representativa establece supuestos básicos de gobierno, es decir, bajo que condiciones se tolera que un grupo de ejecutivos decida por el conjunto de un conglomerado político.

4. No existen supuestos básicos universales, es decir, cualquier forma de democracia se constituye y practica sobre la definición (e imposición) de una constelación de supuestos particulares muy finita, supuestos que, en términos reales favorece unas formas de convivencia y reproducción social en tanto que inhibe otras.

5. La representación de intereses, o las modalidades representativas de democracia, en términos reales suponen la exclusión de amplios grupos de personas, quienes por ignorancia y apatía toleran sistemáticamente su propia exclusión, aceptando tácitamente los supuestos básicos particulares.

6. La práctica política democrática contemporánea aparece como dinámica en la medida que existen facciones que compiten por el poder ejecutivo en el ámbito de democracias representativas.

7. La existencia de grupos de presión e intereses los cuales fortalecen e inciden en el desempeño de las facciones competitivas, ciertamente amplía el estrecho círculo de personas que se implican en los asuntos de gobierno, pero en términos reales no soluciona el problema fundamental de la exclusión, sobre todo en la medida que el supuesto básico intocable es la propiedad privada capitalista sobre los medios de producción de valor.

8. Las formas o procedimientos representativos de democracia son inevitables en la proporción que el conglomerado político de referencia sea mayor en cantidad de personas.

9. Las formas o procedimientos participativos de democracia pueden ser más efectivos (es decir, reales e inclusivos) en la medida que tengan como ámbito de referencia un conglomerado de población – territorio (o población – sector de interés y competencia) que comparta condiciones similares para conocer y decidir sobre asuntos de gobierno. En términos prácticos, en El Salvador no podemos definir simplemente el municipio como ámbito de democracia participativa pues tenemos municipios casi tan grandes como un departamento y municipios más poblados que departamentos.

10. En este último sentido práctico, el cantón, que en la actualidad en muchos municipios salvadoreños aparece desdibujado por los procesos urbanos, parece ser un ámbito más propicio de democracia participativa, el cual, en el caso de municipios urbanos habrá que redefinir y compensar con dimensiones que también incluyan las lógicas de interés sectoriales.

11. La democracia participativa es especialmente efectiva en la dimensión local, es decir, en aquella dimensión que aparece como posible de conocer para cualquier persona, pero, para ser efectivamente real supone que toda persona pueda incidir en los asuntos de gobierno fundamentales, en otras palabras, incidir en las decisiones acerca del presupuesto local.

12. Hasta el momento la democracia socialista ha estado esencialmente limitada por la centralización de las decisiones acerca de los recursos producidos y a invertir, lo cual ha derivado en procedimientos participativos más formales que reales, que apenas tienen sentido profundo únicamente para aquellas personas que esperan ser elegidos hasta las últimas instancias de representatividad.

Rafael Paz Narváez (2002)

viernes, 5 de octubre de 2007

Palabras para la graduación de la primera generación de la maestría en métodos y técnicas de investigación social

I. Quiero expresar un saludo para las autoridades de la Universidad de El Salvador que presiden este acto: Señor Rector Dr. José Benjamín López Guillen, Señor Fiscal Lic. Hernán Vargas Cañas, Señor Secretario General Lic. Ennio Arturo Luna.

Saludo a todas las personas que hoy nos despedimos por última vez como compañeros y compañeras de estudio y graduación. Saludo con respeto y fraterna solidaridad a todos y todas las participantes en este evento.

De manera especial, un saludo para el Dr. José Humberto Velázquez, y para el Licenciado Ayax Antonio Larreynaga Cálix, de quiénes debe decirse, sin ninguna duda, que aportaron los esfuerzos necesarios para fundar, sostener y conducir la Maestría en Métodos y Técnicas de Investigación Social, que hoy ofrece su primera cosecha.


II. Las ciencias sociales en El Salvador y en Centroamérica NO tienen un pasado largo y caudaloso. Sin embargo, algunos hitos y algunas personas sí se destacan sobre las sombras y los vacíos: queda para nosotros la huella de uno de ellos, el Dr Alejandro Dagoberto Marroquín, autor de obras que sorprenden a las nuevas generaciones universitarias, eficaz constructor académico de espacios institucionales, fundador del Departamento de Ciencias Sociales de nuestra Universidad, y símbolo de las capacidades autóctonas que hemos invertido y seguiremos ejecutando. Nos enorgullece que la Maestría en Métodos y Técnicas de Investigación Social reviva su recuerdo y sólo nos pesa que aún no hemos servido a su memoria como merece, puesto que no hemos ofrecido al país y al mundo la tan necesaria publicación de sus obras escogidas.

La apertura de la Maestría en Métodos y Técnicas de Investigación representa un nuevo hito en la historia de las ciencias sociales en nuestro país. En este momento es digno recordar la constancia del Lic. Gerardo Iraheta Rosales, quien sostuvo el Departamento de Ciencias Sociales en extremos y difíciles momentos, pero con la visión de abrir nuevos espacios académicos para las ciencias sociales en El Salvador. Gracias a que la Universidad contó con el trabajo tesonero de su capacidad profesional fue posible crear una Maestría que aporta a la investigación social.

El funcionamiento y culminación de la Maestría se logró a base de dos años y medio de grandes esfuerzos. Prevemos que la institucionalización de este nuevo espacio académico será difícil, de manera que llamo a todos los presentes a prestar con entusiasmo todo el respaldo que requiera la consolidación de esta obra.


III. En la actualidad muchos ya no piensan con el entusiasmo y la obstinación de los años 70 y 80 que la sociedad necesita un cambio social o una transformación revolucionaria. En un pasaje que expresa un estado de ánimo desesperanzado y renunciante, Edelberto Torres Rivas describe que "somos en consecuencia, contemporáneos de dos grandes fracasos, la fe en las virtudes de la razón y la confianza en la capacidad de la voluntad colectiva. Las ciencias sociales que hacíamos, fueron no sólo críticas de la sociedad sino que en muchos casos acompañaron el asalto contra el orden político. El fracaso en la construcción de una sociedad justa, pero indefinida como una utopía elemental, nos lleva ahora de la mano a un nuevo territorio, desconocido, resbaladizo: el realismo político o ideológico, que debe ser entendido como la habilidad para el ajuste personal a situaciones que ya no nos atrevemos a rechazar. Realismo es sinónimo de la oportuna adecuación, sin límites previstos, a un clima que ya no queremos criticar. Y que en algunos casos terminamos por aceptar."1 En estas circunstancias, añade Edelberto Torres Rivas, "el desamparo político, ideológico, puede ser total y fatal si no nos armamos de viejas convicciones nuevas."

Ambos, los renunciantes y los que todavía buscan insistir en "viejas convicciones nuevas" son solicitados por la sociedad salvadoreña de hoy, bajo la forma de mercado laboral, como demanda del trabajo especializado. La sociedad salvadoreña necesita cientistas sociales especialistas en investigación, como consultores, asesores y ejecutivos de los más diversos organismos internacionales, instituciones gubernamentales, y de toda la galaxia de organizaciones no gubernamentales nacionales e internacionales. Los cientistas sociales e investigadores también son requeridos como docentes en las universidades y como investigadores o asesores de investigaciones.

La sociedad salvadoreña de hoy, inmersa en la globalización de la economía y en la postmodernidad necesita de los investigadores sociales ya experimentados y activos, y en ocasiones, cuando cuentan con especializaciones y posgrados, y son competentes, las recompensa es segura.

Sin embargo, ¿Acaso son las necesidades del mercado las únicas que vale la pena reconocer y tomar en cuenta?

Las exigencias del mercado actual muestran que la sociedad salvadoreña en reordenamiento y transición necesita investigadores sociales y los seguirá necesitando. Para satisfacer al mercado laboral se precisa que la Maestría en Métodos y Técnicas de Investigación Social forme profesionales conocedores, al menos en las fuentes traducidas, de las tradiciones metodológicas y técnicas clásicas, recientes y contemporáneas, así de Norteamérica y de Europa como de América Latina. Sólo así será posible ir más allá del mercado.

Para llegar más allá del "mercado" se requiere cientistas sociales con capacidad crítica y proactiva, que profundicen y forjen nuestras tradiciones académicas y que busquen nuevas soluciones para los problemas de nuestro entorno social más inmediato Esto ha de ser, quizás en oposición al contexto de globalización postmoderna que nos envuelve o quizás en complementariedad autonómica frente a él. Sin esta condición, "el mercado" seguirá importando especialistas y contratando en los cuellos de botella y en las redes de intereses creados, algunos pocos investigadores orquesta, "todólogos", supuestos especialistas en investigar todo.


IV. Finalmente ¿qué nos depara el futuro?. En este momento de mutaciones sociales tan versátiles, la sociedad salvadoreña necesita de cientistas sociales con una sensibilidad orientada hacia mas allá del mercado. Precisa profesionales de la investigación social intelectualmente inquietos, intransigentes con todas las formas de opresión conocidas y por conocer. Requiere profesionales comprometidos a comprender a las personas socialmente desheredadas y desahuciadas, para descubrir en ellas su sentido de esperanza y solución.

La sociedad salvadoreña necesita de investigadores sociales que puedan encontrar afirmaciones y preguntas para proponer un cambio y afirmar la vida. Nosotros, compartimos el reto de integrarnos como demus profesional y contribuir a forjar un destino del país.

. Miércoles 8 de septiembre de 1999

Rafael Paz Narváez

1 Torres Rivas, Edelberto. "la sociología en Centroamérica". Conferencia magistral en el IX Congreso Centroamericano de Sociología. San Salvador. Mimeo. 1994. pág. 2